Milei y Putin, almas gemelas
Ni por historia ni por geografía, ni por talante ni por clima, Argentina y Rusia no tienen nada que ver. Y mira por dónde, pueden acabar pareciéndose. Paradojas del autoritarismo amigo del capital fuera de control como fórmula de renacimiento nacional. Porque el desmantelamiento del sector público argentino tiene bastantes paralelismos con el capitalismo a dedo ruso.
Milei cree tener la receta mágica para arreglar el caos económico y político peronista, una vía que no pasa ni por la educación ni por el respeto a la ley –para profundizar en el estado de derecho– ni por la búsqueda del bien común ni por la lucha contra el cambio climático. Putin, hijo político del Yeltsin que impuso por decreto tanto las reformas neoliberales como una Constitución súper presidencialista, hace años que se cree imbuido de la autoridad absoluta para que Rusia, caída la Unión Soviética, recupere su grandeza imperial. Ambos consideran que la pluralidad democrática es un estorbo. Quienes no comulgan con ellos son pusilánimes engañados. Imbuidos de una teatral (Milei) y hierática (Yeltsin) seguridad en sí mismos y de un nada despreciable complejo de superioridad, podemos situarlos en el concepto de epistocracia: la creencia en el gobierno de quienes saben y el desprecio por la masa de ciudadanos manipulables. La libertad que de verdad cuenta es la suya propia para gobernar como quieran, la de su liderazgo mesiánico, la de su verdad única. Lo importante es que al frente del poder político y económico haya gente con ambición y fuerza. Meritocracia retórica. Es decir, que estén ellos para salvar a los respectivos países, para generar riqueza. La ideología del dinero y el poder sin límites.
A su ideario económico y antidemocrático Milei lo llama anarcocapitalismo; Putin no se sabe cómo llamarlo, pero es capitalismo de estado cleptocrático y oligárquico. Milei habla de cargarse el estado, pero con la excusa de adelgazarlo de momento se está apoderando de él (su objetivo es eliminar en los próximos años cualquier contrapeso constitucional a su poder unipersonal). Putin hace tiempo que lo tiene todo atado y bien atado, la democracia rusa es una caricatura. Si Milei sale adelante, Argentina va por el mismo camino. Destinos similares partiendo de tradiciones y circunstancias opuestas. O quizás no tanto: de derechas o de izquierdas, ambos países han vivido dictaduras, militarismo y caudillismo.
Si Thatcher, la Dama de Hierro que deslumbra a Milei (vete a saber qué piensa Putin, siempre admirador de la fuerza implacable), privatizó cincuenta empresas estatales en una década, el presidente argentino quiere privatizar 300 a toda prisa. ¿Cómo lo hará? ¿A quién dará su control? ¿Con qué procedimientos? ¿Quién se beneficiará? Todo apunta a que, como en Rusia, la corrupción pública se convertirá sin solución de continuidad en oligarquía privada. Es más que probable que el desmantelamiento vaya de la mano del capitalismo de los amigos, conocidos y saludados. En la Europa poscomunista saben de qué va esto. Y aún lo saben mejor en la Rusia postsoviética. Si más allá de los Urales pasaron brutalmente del comunismo al capitalismo neoliberal, en Argentina el salto será del capitalismo bajo control de un estado del bienestar fallido en el capitalismo sin control ni arbitraje público.
Como explica Timothy Garton Ash en el ensayo histórico y autobiográfico Europa (editorial Arcadia), en época comunista había un chiste en los países del este que decía: "¿Qué diferencia hay entre el capitalismo y el comunismo? En el capitalismo, existe la explotación del hombre por el hombre; en el comunismo, es al revés". Pues eso. Milei y Putin, tan distintos y tan iguales: superhombres que secuestran la democracia y abren las puertas a los negocios sin barreras. Milei se propone aplicar a gran escala la doctrina del shock descrita por Naomi Klein, aunque sea a costa de empobrecer a millones de personas. Putin, después de décadas de apertura capitalista y de reforzamiento de su poder unipersonal, ha dado salida a sus delirios imperiales, aunque sea a expensas de la vida de miles de jóvenes rusos.