El mito del centro se hunde
1. Espejismo. ¿Será el mito del centrismo lo que se acabará cargando la democracia representativa? ¿Los furores centristas que han surgido de la crisis de las derechas y de las izquierdas de posguerra (democratacristianos, conservadores, liberales, socialdemócratas y comunistas) acabarán sirviendo al poder a la extrema derecha? No olvidemos los fundamentos estructurales de las democracias europeas modernas. Primero, la burguesía y el proletariado (la clase obrera, si lo preferís) como factores de articulación social en la lógica del capitalismo industrial. Segundo, el principio de la mitad más uno del voto (transformada en escaños) como criterio del reparto y acceso al poder. ¿Qué papel tenía en esa lógica el centrismo? Era el modesto complemento que ayudaba a sumar a uno u otro lado desde una presunta disposición de operar en doble valencia, aunque la tendencia era caer del lado de la derecha. Solo excepcionalmente llega a construir un puente en el centro de la escena política en situaciones de crisis de los partidos clásicos. Un fenómeno que suele ir acompañado de la aparición de los populismos. Y aquí estamos.
Desde el final del capitalismo industrial los partidos de inspiración burguesa han perdido capacidad de articular el voto de unos sectores sociales que ya no son lo que eran y van en busca de nuevos actores. Ahora mismo, son los populismos de extrema derecha construidos sobre la desconexión de las clases medias respecto a los partidos que las articulaban quienes más se benefician. Los populismos reaccionarios juegan con ventaja, en tanto que las promesas de redención de la izquierda han desaparecido ante la rotundidad del fracaso de los sistemas del socialismo real. Este declive asimétrico pareció dar aire a los que se situaban en los flancos moderados de derecha y de izquierda, como si fuera posible encontrar un lugar transversal de confluencia. Ha resultado ser un espejismo. Un fracaso que se está haciendo visible en forma de regreso a la confrontación. En las democracias occidentales, pero también en la política global, con Putin y la extrema derecha en busca de puntos de encuentro.
2. Bipartidismo. Y es en este momento que Estados Unidos y Francia se convierten una vez más en emblemáticos. Donald Trump, un delincuente avalado por el Tribunal Supremo, cabalga sobre la frustración social para volver al poder. El fracaso de Macron devuelve al país a la dinámica derecha-izquierda que el presidente creía superada. La derecha sociológica, que se ha sentido agredida o abandonada por quien creía que la verdad tecnocrática era suficiente para dominar los espíritus, se ha vengado poniéndose en manos de Le Pen, capaz de drogar al personal con la magnitud de la patria. En el otro lado, pese a que el histórico partido socialista de Mitterrand aún no ha salido de su resaca y que la France Insoumise está anclada en las letanías de una retórica anticuada que Mélenchon encarna, el Nuevo Frente Popular ha superado el centrismo y encara la segunda vuelta como única alternativa a la extrema derecha.
Una vez más el centrismo ha acabado flaqueando, seducen con la moderación, pero irritan a la ciudadanía con el elitismo tecnocrático desde el que afrontan la dura realidad. Y gana quien grita más. ¿Estamos volviendo al bipartidismo clásico? ¿Habrá que pasar el sarampión RN para que la derecha vuelva su lugar natural y la izquierda se reconstruya? ¿O ya no estaremos a tiempo si las extremas derechas se van apoderando de Europa?
3. Resentimiento. De hecho, estamos ante una mutación que ya anticipó Claus Offe y que podemos describir así: el modelo socialdemócrata condicionaba los procesos económicos a las decisiones políticas y daba voz a las clases populares para asegurar cierta redistribución y equilibrio social. El modelo liberal incidió en la incompetencia de la política para actuar sobre los mercados, desacreditó al Estado, dándole un papel auxiliar de proveedor de servicios, de infraestructuras y de garantías policiales y judiciales, convirtiendo en sospechosas las demandas de participación y movilización social y estimulando la pasividad y la indiferencia. La alianza entre los procedimientos de gobierno liberal y las ideologías neoconservadoras (modelo Trump) encargadas de explotar el resentimiento del Homo economicus han marcado la evolución hacia el autoritarismo posdemocrático. E incluso el primero de la clase, Emmanuel Macron, ha quedado desbordado. François Mitterand tuvo dos primeros ministros de derechas (Jacques Chirac, 1986-1988) y Edouard Balladur (1993-1995), y el propio Chirac tuvo uno de izquierdas la mayor parte de su mandato, Lionel Jospin (1997-2002) ). Eran los equilibrios de la V República, el bipartidismo imperfecto. Macron está a punto de inaugurar una nueva dinámica: el traspaso a la extrema derecha, que hasta ahora siempre había quedado marginada.