El móvil que debe matarnos
Perdonen, queridos lectores, que vuelva. Ayer, que les examinaba con la lectura y el desastroso informe PISA en Catalunya, uno de los comentarios en el artículo hacía: "¿Y los padres, que leen?" Naturalmente, la respuesta es "No". Leer cuesta mucho. Es cómo conducir. Si no olvides la compleja mecánica, no puedes disfrutar.
Yo siempre defendí, cuando empecé a escribir, en 1999, que la tele no acababa con la lectura, porque yo misma me miraba la tele y leía. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado. Ahora sí que pienso que las pantallas, a la fuerza, acabarán con un sistema complejo y obsoleto como la lectura. Transformar en imágenes unos símbolos.
Yo misma leo este diario en pantalla y hago el crucigrama en pantalla (es más fáciles: si quiero puedo ver las soluciones y no tengo que esperar al día siguiente). El otro día, en el programa de Melero, el actor Enric Auquer explicaba que en las películas de ahora hay más primeros planos, y no tantos planes generales, porque se calcula que serán vistas en un móvil.
El otro día, por un cumpleaños muy feliz, me regalaron un viaje a Venecia. Me miraba a los (otros) turistas en las góndolas (yo no pude permitírmelo, y quizás ni ganas). Todos ellos, el otro, el de más allá, se grababan durante el viaje. Veías al señor remando y veías a los turistas grabando. Como grababan, veían, claro, todo lo que veían, a través de la pantalla. Ninguna góndola sin señor o señora grabando. Ninguna. Imposible.
¿Cuántos viajes en góndola se generan cada día, cada día, a Venecia? Estos tres hacia Barcelona, estos seis hacia Manchester, estos doce hacia Nueva York... Me grabo, así no tendré que describirlo. Me veo, cada día, caminando, con el móvil en la mano por la calle. Por casa, con el móvil en la mesa o en el sofá, ni un instante sin móvil. Me veo diciendo “¿Habéis visto mi móvil?”. Y ahora, aquí lo tengo, aquí lo tengo, a ver si alguien me envía un mem o unas imágenes de un viaje en góndola.