Muriendo de pena por la Boqueria
Ayer por la mañana, que bajaba a Barcelona, fui al Mercat de la Boqueria con el propósito de comprar viandas. Intenté entrar por la puerta de la Rambla, pero había tanta densidad humana que parecía el Primavera Sound. Caminar en línea recta con una bolsa en cada mano era imposible, ocupaba demasiada amplitud. Tuve que ponerme de lado, como una egipcia, para atravesar la masa compacta de guiris que fotografiaban la parada de golosinas típicas de Japón. Moviendo las manos como si me ahogara (un poco me ahogaba) llamé al ama de la verdulería de la entrada, Vidal Pons, porque no podía llegar. “¿Tiene usted escarola de la peluqueta?”, me desgañité. Movió la cabeza mientras intentaba contener unas docenas de manos que trataban de tocar el género. Empecé a dar codazos y conseguí atravesar hasta ella. "¿Quién sabe qué es una escarola de la peluqueta?", me dijo, resignada. “¿Y quién, quién compra lechugas enteras para ensalada? ¡Nadie! Todo el mundo, todo el mundo compra las bolsas o los brotes mezclados. ¡No pueden limpiar una lechuga! ¡En Navidad, antes, de rábanos teníamos montañas! ¡Ahora no vendemos ni uno!”.
Circulé, como pude, hacia Avinova, que ahora ha cambiado de sitio y tiene tienda, no parada, para comprar un pato mudo. Luego hice hacia Petrás, a ver qué setas tenía. Un paradista le compraba camagrocs. “¡Venga, para comer hoy!”, dijo. Nos pusimos a hablar, y como resultó que era el tocinero de la parada Bertran y Mascarell, de las pocas de la Boqueria, ya, de toda la vida, se lo acompañé, para comprarle pan de hígado, del de verdad, hecho con mantilla. "El tocino me la hago yo, pruébelo y ya me lo sabrás decir, la butifarra de huevo también, con huevo de verdad, no con pulvos, el pan de hígado... Pero no vendemos. ¿A quién debemos venderle? Si aquí sólo hay turistas..." Miré un momento alrededor. En el bar de al lado guiris se sentaban en los taburetes comiendo, según el cartel, “spanish food”. Me fui desolada, hecha añicos.