Netanyahu y los líderes perversos
Detrás de muchos conflictos violentos se esconden figuras siniestras que ejercen un liderazgo perverso y nocivo, con capacidad de arrastrar a grandes masas o bien a grupos más pequeños pero leales y dispuestos a matar bajo sus órdenes. Al fin y al cabo, son quienes tienen la potestad de legitimar la violencia y convertirla en algo aceptable y necesario, a veces proporcionando ideologías y simbologías excluyentes y de confrontación, de fácil aceptación para sus seguidores, que desarrollan lazos emocionales con los líderes queridos, en un sistema de adhesiones irreflexivas y de obediencia. Este tipo de líderes son expertos en canalizar para sus intereses las emociones de los demás. Hay una estrecha relación entre los episodios de odio grupal o de violencia colectiva con los liderazgos dominantes y autocráticos, que van acompañados de actitudes sociales de lealtad, obediencia, sumisión o subordinación, que puede ser de forma voluntaria y por seducción, no por coerción. Los líderes se limitan a activar, estimular y encauzar estas predisposiciones más o menos latentes y les proporcionan un discurso justificador. Son los que algunos también califican de "emprendedores étnicos", los instigadores de la guerra que, como Netanyahu y su ministro supremacista Ben-Gvir, utilizan los discursos del odio para estigmatizar y "animalizar" al adversario, en este caso, los palestinos.
Los líderes autoritarios son propensos al dogmatismo, el fomento de los estereotipos hostiles, la seguridad excesiva en sí mismos y la dificultad de reconocer a los demás. Con frecuencia se trata de personajes narcisistas, con sed de poder, prepotentes, autosuficientes, poco empáticos, dados al desprecio, autoritarios, manipuladores, vanidosos, orgullosos, con un ego muy elevado, mesiánicos, sobrevalorados, con necesidad de ser admirados y aplaudidos. Estos excesos oscurecen o anulan su capacidad de valorar el sufrimiento ajeno, o ser conscientes de las repercusiones de sus actos, que siempre justifican, y carecen de límites. Carecen, por lo tanto, del sentido de responsabilidad, y desconocen qué es el diálogo, el consenso, la resolución mutua de las controversias, la alteridad o la mera compasión y piedad. Su obsesión es el poder, el control y el dominio. Las relaciones de poder y la capacidad de los líderes de atribuir a otros colectivos características rechazables o supuestamente amenazadoras determinan en gran medida el surgimiento de imágenes de enemigos.
Un "líder perverso" en este contexto no debe entenderse únicamente desde la psicopatología, sino desde su capacidad para explotar los resentimientos identitarios con finalidad de acumulación de poder. Estos líderes se autoproclaman defensores de la comunidad étnica, usan agravios históricos reales o fabricados, construyen narrativas de victimización colectiva y canalizan el miedo, el resentimiento y la frustración hacia un grupo externo, el palestino, presentado como amenaza existencial. A través de estrategias de polarización discursiva, estos líderes crean dicotomías sociales absolutas: el "nosotros" (víctimas, puros, legítimos) vs. "ellos" (los terroristas y ocupacionistas), lo que permite justificar la violencia como "autodefensa étnica". Los usuarios de las redes sociales experimentan una validación emocional colectiva, refuerzan estereotipos y generan un efecto de "cámara de eco" que invisibiliza voces moderadas, como hacen las televisiones de Israel.
Netanyahu y Ben-Gvir ya no esconden su plan para acabar de "limpiar" Palestina de sus habitantes, los que queden vivos, que serán obligados a exiliarse a otros países para que el presidente Trump haga realidad su sueño de convertir la Franja de Gaza en un paraíso turístico para ricos, al precio de un genocidio y una limpieza étnica. Así son los planes de los líderes perversos, que por desgracia pueden actuar con total impunidad si no actuamos rápido y con inteligencia para frenar sus ambiciones expansionistas y deshumanizadoras.