La no batalla de Barcelona

Barcelona aporta al mundo del siglo XXI el ultralocalismo. No hay un microsegundo que no oímos el megáfono de barricada: "Hay un colmado real donde hacen croquetas según la receta de posguerra de la abuela, que alimentaron a toda una isla del Eixample". "Existe un bar de desayunos de navaja y cuchillo modernistas cuyo capipota hizo que Santiago Rusiñol dejara la morfina de pataco". Barcelona es local-letal.

Barcelona es meliquismo, bunker, madriguera, comunidad amish. Ei, para los barceloneses y catalanes. La ciudad es global, sideral, neandertal para los de afuera. Barcelona es vendida y caída. Hace años y cerraduras. Aquí está el cacao: ya puedes silbar si el asno no quiere verse beber. Tarde y mal. Barcelona en el 92 ganó el mundo pero perdió a Catalunya. Hoy sólo los yonquis de un mundo que no existe continúan con el Cobi vena. Y como colonizadores arruinados intentan explotar el Pirineo para hacer sus Juegos de Casino o vender las bragas de ganchillo de la tía de Serrat. Miseria y analfabetismo.

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Sin Cataluña, Barcelona no es Barcelona. Y al revés. La independencia del resto de Catalunya no es consecuencia de la caída de Barcelona: es causa. Ya era. No es ahora. Cataluña ya no necesita Barcelona, ​​porque ahora ella es ultralocal y Catalunya ya tiene ese ADN. Se llama realidad. Pienso en ello después de leer el libro de Jordi Amat Las batallas de Barcelona. Y me pregunto: ¿cuáles? Ya no hay batalla.

Hace años de la guerra. "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército barcelonés, han alcanzado las tropas de todos los sitios sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Para los barceloneses, para los catalanes. Porque Barcelona es y ha sido lo que es porque no es española (¿Gaudí? No es una calle). El paseo de Gràcia lo levantan todos los cabalers de Catalunya. Todos los barrios son pueblos humanos de todo el país. Incluso los pijos novecentistas (¡de comarcas!) lo veían. Jaume Bofill Mates: "Uno se habla de la hegemonía de Barcelona y también podría uno hablar de la hegemonía de las comarcas en Barcelona". ¿Seguimos? Esto es moribundo. Barcelona, ​​ponte zombi. ¡Coitus interruptus! Pero, hey, desde la cama de la distopía el mundo es un sueño erecto. Barcelona Bella Durmiente Estupefaciente. Ya no se despierta del veneno y siempre cree que habrá un Príncipe que le joderá morreada utópica, de cine, y la devolverá a la vida. Pip-pip…

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El sueño maragalliano limpio está muerto. Por federal, por catalán. Barcelona ya no es barcelonas vazquezmontalbianas (también para los charnegos con respiración asistida 112). Barcelona es sólo Barcelona: monárquica, centralista, autista, franquista, provinciana. Maragall abuelo hoy escribiría la poda-oda: "No escucha Barcelona". Porque no escucha.

En el 2008 Lluís Calvo (y Jordi Valls) ya escribió La última oda en Barcelona: "Con dentadura postiza, / Barcelona muerde el mar, / arranca la sal del / cadáver marino / –piel guardada en el suelo– / y lo escupe en el puerto y en las gaviotas. / Y entramos por la / lengua de piedra / en la ciudad de los no-vivos que nos acoge, indiferente. / Mausoleos de cuerpo medievales, / pura arqueología decimonónica". Porque los boleros culturales de siempre ya no sirven. El mundo ha cambiado. Y existe vida más allá de Barcelona. Humildad, Cobi. Porque ahora mismo comprar panellets en "una" tienda que los hace desde el ataúd… ¿Es la solución? ¿La secta? ¿El estrabismo, la miopía? Esta guerra la hemos perdido todos. Caída la ciudad, que no se caiga el país. Porque el único futuro para todos es éste.