No se lo digas a nadie
Ayer, a propósito de lo que les explicaba sobre vinos comprados por adelantado, les hablaba de la bodega Orto, del Montsant. Un subscriptor, Ferran Josep Lloveras, escribía este comentario (a mí me encanta leer los comentarios): “Empar, muy bien que hagas promoción de los vinos catalanes, pero los de Orto son un secreto muy bien guardado!!! Y te lo digo yo que ya me he gastado –con gusto– pasta considerable para hacérmelos enviar a Bruselas, donde vivo. Así pues, ahora que no nos ve o lee nadie, guardemos el secreto!”
Me agarro al comentario, irónico y pleno de buen rollo, que venía de alguien que tiene buen gusto y sabe muy bien lo que compra, para preguntarme, justamente, por esta idea, que es la del cuento Queremos tanto a Glenda. ¿Tenemos que compartir con todo el mundo algo que nos ha gustado mucho y que no ha llegado al gran público? Los que encuentran que no, consideran que si la compartimos tendrá éxito, y si tiene éxito subirá de precio o “morirá de éxito”, que quiere decir que se pervertirá.
En realidad nos gusta ser “de los pocos” o “de los primeros” en descubrir algo relacionado con el arte (un restaurante, un vino, un libro, un fisioterapeuta, una peli, una canción, un diseñador de ropa...). A los críticos les suele pasar que cuando aquello que han descubierto llega “al gran público” deja de gustarles. Pero yo no puedo evitar pensar que hay cosas que todo el mundo tendría que conocer. “¡No te pierdas esto!”, “¿Has ido aquí?”. Me gusta que aquello que es bueno se democratice, para que al que lo hace le vaya mejor y, por lo tanto, sea todavía más feliz. Poner nombre y cara a los y las que hacen vino (Sílvia Puig, Sara Pérez, Irene Alemany...) como hemos puesto a los cocineros tan buenos que tenemos aquí me parece muy importante. Porque aprecias aquello que conoces.