¡No es la macroeconomía, estúpido!

Durante años, la explicación de casi todo en economía era el ciclo. Íbamos mal porque el ciclo era malo. Íbamos bien porque el ciclo ayudaba. 2025 ha servido para desmontar esa coartada. La economía española ya no está atrapada en un mal momento coyuntural. Al contrario. Crece por encima de la media europea, ha conseguido reducir la inflación sin destruir empleo y ha normalizado el entorno financiero sin sobresaltos. Y, sin embargo, la sensación social es de estancamiento, por no decir de penuria y penosidad.

Es el síntoma de un cambio de problema.

El principal factor de fricción es estructural: la vivienda. No es un problema de un año ni de un gobierno. Es un cuello de botella acumulado durante décadas. La falta de oferta, la lentitud administrativa, la inseguridad regulatoria y el crecimiento de la demanda han convertido el acceso a la vivienda en un obstáculo vital. Da igual que el PIB crezca o que la inflación baje: si la gente no se puede pagar un techo, el progreso económico deja de sentirse.

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Por otro lado, el mercado laboral muestra una paradoja similar. Se crea empleo, pero la calidad de ese empleo no siempre permite construir proyectos de vida estables. La dualidad sigue latente porque los fijos discontinuos son temporales encubiertos, la baja productividad y la escasa movilidad siguen ahí. Mucho empleo de baja calidad. Y mal remunerado. No es un problema de destrucción de puestos de trabajo, sino de qué tipo de trabajo se crea y con qué recorrido.

También en el ámbito fiscal se repite el patrón. El déficit se ha reducido y la deuda se ha estabilizado, pero el margen de maniobra es limitado. El Estado ha ganado peso como amortiguador de crisis, pero no ha resuelto cómo financiar de forma sostenible las necesidades futuras: envejecimiento, sanidad, pensiones, vivienda, transición energética. El debate sigue centrado en parches, no en arquitectura.

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Todo esto explica por qué los datos macroeconómicos mejoran y el malestar persiste. Porque el problema ya no es el ciclo. Es la estructura. Ya no se trata de esperar a que pase la tormenta, sino de reforzar los cimientos.

Este año 2025 nos muestra a la perfección que una macroeconomía puede arrojar buenas cifras y, aun así, no ofrecer perspectivas claras de progreso a una parte importante de la población. Cuando eso ocurre, insistir en que “los datos son buenos” no soluciona nada. Más bien al contrario, agrava la desconexión.

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España ha demostrado que sabe gestionar crisis. Ahora tiene que demostrar que sabe construir futuro. Y eso ya no depende del ciclo económico, sino de decisiones estructurales que llevan demasiado tiempo aplazándose.

Dudo que sepamos hacerlo. Somos grandes improvisadores pero muy malos planificadores. La política sobrevive en el corto plazo y la economía en el largo. Y es un grave problema.