Normalizando el autoritarismo

1. Oportunidad. Son los sospechosos habituales, lo poco que queda de las izquierdas iberoamericanas: Pedro Sánchez se ha sumado a los presidentes Lula da Silva (Brasil), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia) y Yamandú Orsi (Uruguay) para hacer una proclama contra la "internacional del odio". El lugar escogido, un icono de épocas pasadas: el Palacio de la Moneda de Chile, donde cayó Salvador Allende durante el golpe de estado fascista de Augusto Pinochet en septiembre de 1973 –que no es absurdo recordar en un momento de ola reaccionaria como el actual–. Puede considerarse que es como apelar a la prehistoria de unos tiempos acelerados como los que vivimos desde el cambio de siglo. Queda muy lejos todo. Ciertamente. Pero hay imágenes que se hacen icónicas. Y el destino de Allende lo fue en un momento en que Estados Unidos frenaba cualquier osadía latinoamericana.

Estamos, pues, ante un hecho, entre el oportunismo y la realidad, que es interesante por lo que indica más que por lo que representa. Y confirma la personalidad de Sánchez, siempre buscando rendijas para sobresalir de la presión intensiva, del ahogo de estas semanas. Y lo hace justo en el momento en que el PP ha quedado atrapado en su estrategia obsesiva contra el presidente, al emerger una red de corrupción en torno a Cristóbal Montoro que evidencia toda una forma de entender el Estado y la relación público-privado. Sánchez parecía acabado. Resistió el intento de tumbarlo sobre todo por la estulticia del PP —que pretendía quemar al personaje en vez de buscar complicidades para forzar el cambio—, y la derecha solo ha logrado mostrar sus límites. Y Sánchez, ya se sabe, se apunta a cualquier oportunidad para hacer creer que su recorrido tiene futuro. Y tiene la suerte de que sus adversarios no logran salir de sus limitaciones.

Cargando
No hay anuncios

2. Normalización. Se está haciendo evidente desde hace ya varios meses que una parte importante de las derechas —los neofascistas, obviamente, pero también los conservadores e incluso algunos sectores liberales— están normalizando a Trump. ¿Cuántas veces hemos oído decir que "no lo hace tan mal", "en algunas cosas tiene razón", "los problemas que señala son pertinentes", "tendremos que acabar entendiéndonos", "lo que plantea no es descabellado", y un largo etcétera? Existe la tendencia natural conservadora de la especie de adaptarse a lo que toca, pero también existe la realidad de que Trump no está solo, y de que los poderes económicos y de comunicación que lo tienen como un empleado —aunque esté un poco loco—, van normalizando la situación: "Es lo que hay". Y para el mundo conservador —si no tocan lo esencial— es mejor adaptarse a ello, aunque a veces su incontinencia avergüence.

Es el triunfo del oro y la insolencia. Y cala: la prueba la tenemos en que las extremas derechas tienen el poder al alcance en muchos países europeos. El hecho de que Trump esté donde está las normaliza. Cada vez la agenda se adapta más a sus estridencias: el inmigrante como enemigo, el malo necesario para conseguir la indignación patriótica; el cambio climático como fantasía, con un negacionismo campando cada vez con menor resistencia, y la guerra como solución de los conflictos. Trump ha hecho un modelo del intercambio de drones con Irán como preludio de una paz, mientras las matanzas de Netanyahu siguen a todo trapo y todo el mundo mira hacia otro lado. El gasto militar crece exponencialmente en todas partes, para mayor gloria de sus fabricantes, y con la siniestra coartada de la disuasión. Armémonos todos hasta los dientes y no habrá más guerras. La tormenta ideológica viene cargada de irracionalidad.

Cargando
No hay anuncios

Y mientras todos se van poniendo en fila en la normalización de unos discursos que ya cuestionan directamente la democracia, Pedro Sánchez, antes que darse por vencido, recupera algunos rasgos de su estilo: un punto de distancia respecto a lo que se da como adquirido e incuestionable. Y juega la baza de la defensa de las democracias amenazadas. ¿Oportunismo? A mí lo que me sorprende es que cada vez sean más los que callan, los que pugnan por normalizar el actual estado de autoritarismo democrático. Y les entra por una oreja y les sale por la otra la evidencia de que el neofascismo está marcando el paso en Europa. Y quieren hacer creer a la ciudadanía que es lo que toca. Mientras, las izquierdas brillan por su ausencia.