De opa a opa... y no vendo porque no toca
Hace unos meses conocimos las intenciones de un gran banco español, BBVA, para comprar un banco de matriz catalana, el Sabadell. Éste último calificó la operación de hostil, es decir, hecha de forma poco amigable, sin acuerdo previo ni consenso. La operación está en marcha y tiene un final incierto.
Si yo fuera accionista del Sabadell, no vendería mis acciones. Razones diversas me impulsarían a mantener las acciones en ese momento. En este artículo me propongo explicar estas razones.
La primera: vender no es bueno para mi país. Un país representa muchas cosas a la vez: es territorio, es gente, es historia, es voluntad de ser cara al futuro, es tejido institucional, es red asociativa, es identidad... y un montón de elementos más. Uno de estos elementos, y no menor, es su estructura económica. En este sentido, Cataluña se ha forjado a lo largo de muchos siglos como país de gente con iniciativa y ganas de trabajar. Haber creado una sociedad relativamente próspera no ha sido regalo sino el resultado de una conquista permanente. En lugar de parar la mano y pedir subsidios, hemos preferido crear, producir y currar. Sin embargo, con algunas excepciones de gran mérito, nuestra economía, pilar esencial de nuestro bienestar, está basada en un tejido denso y muy variado de pequeñas y medianas empresas. Somos, sobre todo, un país de pymes. Pues bien, perder el banco Sabadell, tragado dentro de un gran banco ya presente en Cataluña, equivale a debilitar a los pilares de nuestra economía. Menos bancos significa menos competencia, es decir, menos puertas a las que ir a llamar en caso de necesidad; significa más poder concentrado en pocas manos; y significa acceso al crédito más difícil y más caro. No olvidemos que el Sabadell se ha hecho un buen nombre como banco especializado en el trato y servicio a las empresas. Si lo perdemos, también perdemos un pulmón, y respiraremos peor.
La segunda razón: vender ahora no sería bueno para mí, como accionista. Si lo que quiere comprar, en este caso el BBVA, ofrece un precio que el mercado casi ya me da, ¿dónde está la ganancia real? Sólo tendría sentido vender si creo que el banco fusionado será mucho más rentable que los bancos por separado. Ahora bien, si en este momento el banco del que soy miembro está ganando valor, como es claramente el caso del Sabadell, significa que en el futuro otras entidades financieras vendrán detrás y me harán ofertas para vender. El razonamiento es sencillo: no me conviene vender ahora a alguien que no me valora lo suficiente, cuando si sigo haciendo bien mi camino vendrán otros que me valorarán más.
Se nos dirá, posiblemente con cierta base, que la dimensión de una entidad comporta un valor en sí mismo. Es decir, que sólo siendo grandes se pueden realizar las inversiones necesarias para prestar los servicios que necesitamos en el mundo moderno. Hay que reconocer que en algunos casos el argumento es válido. Sin embargo, tengamos cuidado al dar validez universal a este argumento. Pongo ejemplos para hacerme entender: ¿es necesario que un país sea muy grande para vivir bien? Resulta evidente que no; muchos de los países del mundo donde mejor se vive, con más garantías de bienestar y más respeto a los valores humanos, son países pequeños que todos tenemos en la cabeza. Otro ejemplo: ¿hay que ir siempre, por definición, a comprar a una gran superficie para encontrar lo que buscas o el comercio de proximidad, más pequeño o mayor, te puede ofrecer soluciones iguales o mejores? Un último ejemplo: para disponer de un buen servicio de suministro de energía, agua o telecomunicaciones, ¿necesitamos compañías globales de grandes dimensiones? Vemos todos los días que, con proveedores locales, incluso grandes temas como éstos se pueden resolver bien. Por tanto, la dimensión puede ser buena, incluso conveniente. Pero no lo es todo; ni conviene sacralizarla como si fuera un tótem que debemos adorar día sí, día también.
En fin, parece que hay razones poderosas para no vender, o al menos para no vender ahora. Resulta obvio que la decisión final está en manos de los accionistas, últimos propietarios del Sabadell, que tendrán que valorar pros y contras, llegado el momento. Sin embargo, los que no podemos participar en la decisión tenemos derecho a opinar, e incluso a intentar influir. Este derecho nace de que una entidad financiera trasciende, y con mucho, el perímetro estricto de la propia entidad. Lo pudimos comprobar en los peores momentos de la durísima crisis financiera de hace 15 años, cuando con dinero público, por tanto, de todos, se tuvieron que rescatar bancos y cajas, gestionados por unos pocos. Precisamente por la función que desempeñan, que toca el interés general, los temas que afectan a las entidades financieras nos tocan a todos, independientemente de si somos propietarios o no. No resulta admisible pretender que cuando las cosas van bien se te aplique la regla general y cuando van mal tengas derecho a una cláusula excepcional.
Por todas las razones y reflexiones expuestas, mi criterio es que no toca vender. No suma para el país y no necesariamente cuadra para el accionista.