Ordenación universitaria y provincialismo político
En el primer capítulo de La nacionalidad catalana (1906), Enric Prat de la Riba alerta contra el peligro de convertirse en provincia, de lo contrario, el riesgo de perder la propia personalidad sometiéndose a los criterios y la divisa de otros: "Almas escogidas conservaron todo tiempo el recuerdo del pasado y mantener la protesta pasiva contra el presente, pero pasaban silenciosas, aisladas, y en silencio, y aisladas, y en silencio, aisladas, y en silencio; borrarse la conciencia reflexiva de la colectividad, restando sólo, con acentuación especial, lo mismo sentir inconsciente de la masa”.
Este fragmento de Prat de la Riba me ha venido a la cabeza leyendo la noticia de la nueva ordenación de las titulaciones en Cataluña. En esta noticia se dice que, este año, sólo se ha matriculado a un estudiante en filología románica. También se dice: "Este 2025, en la preinscripción del mes de julio, sólo un 58% (27.927) de los estudiantes a los que se asignó una plaza consiguieron silla al grado y universidad que habían elegido en primera preferencia". Se realiza un diagnóstico a partir de la variable desequilibrio entre oferta y demanda, que se interpreta como un efecto de la desactualización de las normas que regulan la programación universitaria. El Govern las pondrá al día con un nuevo decreto. Esto hace pensar al lector esperanzado en que, al menos, iremos mejor, todo el mundo tendrá lo que quiere: la solución está asegurada. ¿Pero qué solución? Y sobre todo, ¿para qué problema?
En este mismo diario y en otro artículo, Jordi Llovet glosaba el interés de los estudios generalistas de filología románica y su historia en la universidad, así como el valor del saber humanístico para el país y para la cultura universal. Aprovechaba para hacer el elogio de ese único estudiante que ha decidido formarse en filología románica en un claro gesto de excepción. La excepción, como todo el mundo sabe, nunca acaba de confirmar la regla, pero sí de apuntar los quebraderos de cabeza.
Parece que en este asunto habría, pues, dos direcciones posibles: una sería asegurar el equilibrio de la oferta y la demanda. Esta dirección implicaría dejar fuera a otras variables, como la atención prioritaria a algunos estudios y su interés cultural para el país. En ese caso, en palabras de Prat de la Riba, nos dejaríamos llevar por el sentir inconsciente de la masa (hoy del mercado). Una segunda dirección consistiría en evaluar qué necesita el país, qué universidad queremos y para qué fundamento cultural, dando un propósito simbólico a la enseñanza universitaria, para un país que no quiere ser provinciano ni provincia de ningún otro. Esta segunda dirección, en palabras de Prat de la Riba, sería el resultado del trabajo de la conciencia reflexiva de la colectividad, desde la que la política universitaria adquiriría un sentido real.
Pero han pasado muchos años desde Prat de la Riba. Ahora, los ideales son extraños en una sociedad hipermoderna en plena crisis climática. Mientras, el provincialismo político abona el pedazo con decretos y regulaciones. La pasión del olvido hará el resto.