Tú a la OTAN y yo a la Moncloa

Medios españoles e internacionales señalan que el nombre de Pedro Sánchez suena cada vez más en la sede de la OTAN en Bruselas para suceder al noruego Jens Stoltenberg como secretario general. El digital 20 minutos, propiedad de la familia aragonesa Yarza López-Madrazo, señalaba hace dos días que la Alianza va a esperar al resultado de las elecciones generales en España para elegir al sucesor de Stoltenberg. Permítamente hacer algunas consideraciones al respecto, de esas que no se puede permitir casi nadie con cargos públicos o de partido.

Primera. Pedro Sánchez no tiene un pelo de tonto y sabe que, aunque no es imposible, es improbable ganarle las elecciones a la derecha y a la ultraderecha después de lo que pasó el domingo. Su movimiento táctico adelantando las elecciones tiene un primer objetivo defensivo muy obvio: minimizar el desgaste electoral del PSOE por dos vías. La primera es evitar que la derecha pueda planificar con tiempo su asalto electoral al Consejo de Ministros. La segunda es lograr un trasvase de votos definitivo del espacio electoral de Unidas Podemos hacia un PSOE que sería el único voto “útil” frente a la inminente llegada de ultraderechistas al gobierno.

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Segunda. En su discurso ante sus diputados, Sánchez señaló sin contemplaciones al poder de la derecha mediática como el gran adversario en la campaña que comienza. Mencionó que el PP fue fundado por 7 ministros de la dictadura que representaban los intereses de la banca y dijo que el 23 de julio el voto de los pobres vale igual que el voto de los poderosos. No puedo dejar de sonreírme al imaginar al speechwriter que le preparó el papel al presidente consultando “referencias”. Tan llamativa fue la podemización discursiva de Sánchez que hasta la, poco dada a matices, derecha mediática se dio cuenta a la primera y celebró con sorna que el presidente nos comprara así el diagnóstico. Ojo, no es que Pedro Sánchez girara a la izquierda y se pusiera la chaqueta de pana para la campaña; eso lo lleva haciendo el PSOE más o menos desde 1977. Fue otra cosa, Sánchez compró lo que precisamente diferencia a Podemos del resto de las izquierdas; no tanto su programa más o menos de izquierdas, sino su diagnóstico sobre el funcionamiento del poder en el que entiende que los poderes mediáticos son los grandes actores ideológicos y políticos.

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Tercera. ¿Se cree Pedro Sánchez ese diagnóstico? Absolutamente pero, atención, no piensa que esa correlación mediática se pueda cambiar y además tampoco lo desea. A Sánchez le gustaría regresar a las certezas del mundo bipartidista. Lo que tuvo que hacer tanto para ganar la secretaría general de su partido como para, finalmente, ser presidente del gobierno, no respondía a una visión propia de lo que debía hacer su partido ni a lo que debería ser España, sino a una coyuntura y a una correlación de fuerzas muy concreta. En cuanto llegó a Moncloa, Sánchez recuperó a sus viejos enemigos y pensó que, como antaño, un grupo PRISA sin Caño y con gente afin a los valores progresistas bastaba para volver para equilibrar la correlación con la derecha.

Cuarta. ¿Podrá Sánchez devorar el espacio electoral de Unidas Podemos? No es descartable, pero eso no sería solo mérito suyo. Si por algo debe hacer autocrítica Podemos (y quien esto escribe) es por no haber sido capaces de convencer de nuestro diagnóstico a nuestros socios de espacio. En la derecha están más de acuerdo sobre lo que piensa Podemos del poder que en buena parte de la propia izquierda. La derecha sabe que la tesis de Podemos de apostar por una alianza con ERC y Bildu para armar una dirección de transformación del Estado en clave republicana, es la única posibilidad de superar su estructura de poder madrileñocéntrica y monárquica que convocaría además a sectores económicos históricamente excluidos del poder de Madrid. La derecha sabe también que el verdadero poder político es el ideológico-mediático; que se lo digan a Pablo Casado el defenestrado. El PSOE se ha dado cuenta, quizá tarde, de que Podemos tenía razón, pero lógicamente se quiere aprovechar de que los socios de Podemos piensan diferente y, en estas horas, el espacio político que fue Unidas Podemos vive en los juegos del hambre de una negociación que nada garantiza que acabe bien si se impone el deseo de venganza y humillación a Podemos y a sus dirigentes. En ese escenario, el PSOE está convencido de que puede engullir el espacio electoral de Unidas Podemos y para ello no dudará en usar un discurso más duro que el de Yolanda Díaz. Sánchez se puede permitir decir lo que dijo el otro día porque cuenta con apoyos mediáticos suficientes como hemos visto en estas horas, en las que periodistas que ayer se escandalizaban con Podemos por hablar del papel político de la prensa, daban hoy la razón a su presidente. El caso de Esther Palomera, subdirectora del periódico propiedad de la familia Escolar, es uno de los más evidentes.

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Quinta. ¿No hay solución? ¿Vuelve el bipartidismo? ¿Se equivoca Sánchez en algo? Pedro Sánchez encarna la brillantez táctica en la política. Frío, certero y pragmático. Pero no está demasiado interesado en cuestiones ideológicas; como tantos cuadros del PSOE es un conservador que piensa que la política es un mercado en el que sus mercancías tienen una clientela con valores progresistas. Creo que no es consciente del todo de que una victoria del PP y VOX provocará una crisis institucional sin precedentes en Catalunya y en el País Vasco que podría hacer que los hechos del 1 de octubre sean narrados por los historiadores del futuro como el precedente de una ola reaccionaria que podría acabar con las competencias de las administraciones vasca y catalana. Creo que no es consciente de que si la operación Borja Prado (o cualquier operación de la derecha empresarial española o internacional) para hacerse con PRISA triunfa, el PSOE podrá verse a sí mismo en los juegos del hambre con armas muy precarias. Pero a Pedro Sánchez eso ya le da un poco igual. Si se cumplen los pronósticos electorales que empezarán a llegar estos días con permiso del malogrado Tezanos, él quizá sea secretario general de la OTAN y quizá podrá sentir que ha llegado mucho más lejos que González y Zapatero. No es poco. Por eso es tan importante que se resuelvan de forma justa y razonable los juegos del hambre de la izquierda, tanto para que no sea imposible frenar a los ultras, como para que, en el caso de que la deriva weimariana siga su curso, los demócratas estemos lo menos débiles posible.