Por un país que no abandona
Durante años, el abandono escolar prematuro ha sido una herida silenciosa de nuestro sistema educativo. Cada curso, miles de jóvenes dejan los estudios antes de terminar la formación postobligatoria, con lo que se cierran puertas de futuro.
La Unesco recuerda que la educación debe garantizar la oportunidad de aprender a lo largo de la vida; es decir, que no es suficiente con asegurar sólo la escolarización obligatoria. Tener sólo la ESO ya no es suficiente: quien no sigue estudiando tiene más riesgo de paro, ingresos más bajos y menos salud y bienestar. Todo ello se traduce en trayectorias vitales frágiles y mayor vulnerabilidad como país.
El abandono escolar prematuro, por tanto, no es sólo un problema educativo. Es una pérdida de talento, oportunidades y esperanza que pone en riesgo la equidad, la competitividad, la cohesión social y la capacidad de futuro del país. Es un reto colectivo.
Aunque ha reducido notablemente el abandono en las últimas décadas, Cataluña continúa entre los países de Europa con más jóvenes de entre 18 y 24 años poco cualificados y sin estudios postobligatorios: un 13,7%, por encima de la media europea y lejos del objetivo de situarse por debajo del 9%.
Las grietas del sistema son claras y localizadas: miles de jóvenes desaparecen del mapa educativo entre 4º de ESO y el primer curso postobligatorio. La mayoría pliegan durante o nada más terminar la ESO. Sólo en el 2019-2020 cerca de 10.000 chicos y chicas dejaron de estudiar después de cuarto. Si se hubiera actuado a tiempo, muchos habrían continuado. En la postobligatoria el problema persiste: en el curso 2020-2021, más de 9.000 alumnos de ciclos formativos de grado medio y cerca de 5.000 de bachillerato abandonaron, la mayoría en primero. Con mejor orientación y acompañamiento, muchos de ellos habrían seguido.
Dejar de estudiar no suele ser una decisión individual. El abandono escolar pone en evidencia las carencias de una Cataluña que carece de un buen sistema de orientación, de acompañamiento de las dificultades educativas ni de becas. Con un escaso 3,4% del gasto público en educación destinado a becas, estamos en la cola de Europa, y sólo el 17% del alumnado recibe, muy por debajo del porcentaje de jóvenes en riesgo de pobreza. La inminente transferencia del programa de becas postobligatorias a la Generalitat es, por tanto, una oportunidad que no se puede desperdiciar.
En Cataluña miles de jóvenes quieren seguir estudiando. Todos tienen el deber de esforzarse por conseguirlo, pero también el derecho de hacerlo con los apoyos y las condiciones adecuadas.
Sabemos qué hacer para revertirlo: identificar a los jóvenes en riesgo lo antes posible e intervenir, priorizar los centros con mayor vulnerabilidad, evitar que la falta de recursos económicos no sea nunca un obstáculo y reforzar la orientación, el apoyo y las mentorías. Mientras países como Portugal, Grecia o Irlanda han logrado superar con creces los objetivos europeos, Catalunya corre el riesgo de quedar descolgada.
Hay motivos para la esperanza. El Parlament de Catalunya, junto a cientos de iniciativas de la sociedad civil y con el liderazgo del mundo local, ha contribuido a situar el abandono escolar, hasta hace poco invisible, en la agenda política y social.
Así es como se ha podido llegar a la presentación de un Plan de Acción contra el Abandono Escolar Prematuro como el que ha hecho público el departamento de Educación. Un primer paso importante, sin duda, que apunta en la buena dirección pero que al mismo tiempo requerirá recursos, ambición y, sobre todo, mayor concreción. Para que tenga sentido, para que no quede reducido a un anuncio y oportunidad perdida, y para que esté a la altura del desafío que tenemos como país.