Un país (todavía) de emprendedores

Mucho ha cambiado la economía catalana desde el siglo XIX y mucho ha cambiado también la sociedad catalana y el equilibrio de los pesos del sector público y el sector privado y sus relaciones mutuas hasta hoy.

Sin aquella industria textil que fue dominante, con una economía más diversificada y con las telecomunicaciones y sobre todo la construcción y los servicios ganando peso, al menos hasta que nos explotó la pandemia, también ha cambiado el perfil y la implicación de las grandes fortunas en la vida cultural y política del país. Para decirlo simplificadamente, hemos pasado del textil a los hoteles y las start-ups y de empresarios burgueses implicados culturalmente a empresarios, emprendedores y ricos de un perfil muy variado. La pregunta es: ¿continúan implicados en la construcción social y cultural del país? ¿Qué capacidad de influencia tienen? ¿Las élites económicas y políticas en Catalunya son capaces de cooperar hoy en día?

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Históricamente, la falta de un estado favoreció que fuera la iniciativa privada quien lo sustituyera en la construcción de infraestructuras necesarias para el desarrollo industrial. Durante los siglos XIX y XX, la burguesía fue un actor social importantísimo y durante el franquismo, a pesar de la connivencia de muchos, el empresariado catalán -así como destacados economistas- empujó hacia la salida de la autarquía. Explica Andreu Farràs, en la apertura del dossier que publicamos este domingo, cómo Jaume Vicens Vives se dirigía en 1958 a los hijos de la burguesía para pedirles un compromiso: “En la actual situación, ustedes, por lo que son y por lo que representan, tienen que asumir determinadas responsabilidades, tienen que producir reflexión que haga avanzar el país”. Fue entonces cuando, encabezado por Carlos Ferrer Salat, se fundó el Cercle d'Economia, de gran influencia en las décadas posteriores, y hoy en plena reflexión sobre su papel, influencia y utilidad.

El crecimiento del sector público, obviamente el pago de impuestos, y sobre todo la aparición de grandes industrias reguladas por el Estado o la Unión Europea han favorecido el alejamiento del empresariado del poder político catalán y de su influencia social.

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Podemos marcar el gran hito de la cooperación público-privada en el proyecto olímpico, y en el pico del Procés en 2017 el momento de máximo distanciamiento. Hoy la gran empresa en Catalunya pertenece sobre todo a sectores regulados desde Madrid y Bruselas a los que se ha acercado, y no tiene un diálogo ni fácil ni productivo con la Generalitat. De hecho, en momentos decisivos de los últimos años, el diálogo ha sido tempestuoso o directamente inexistente entre la política y los principales directivos y empresarios catalanes.

La sociedad catalana no necesita a la burguesía como la necesitaba en el siglo XIX, y el concepto de élite social ha variado mucho, pero sí que se necesitan empresarios, directivos y emprendedores implicados con la sociedad en donde viven, y que participen en su reconstrucción en un momento de crisis profunda. En un momento de gravedad como el actual sería deseable la implicación incluso de aquellos que viven en Catalunya pero pagan impuestos en Madrid atraídos por la flauta de Ayuso o por las amenazas del establishment de 2017.

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Es momento de restablecer la cooperación y de despertar a las élites. De hecho, también tendríamos que preguntarnos si el concepto mismo de élite es como realmente lo querríamos en una democracia y un país desarrollados. ¿Nuestras élites son fruto de la meritocracia, del ascensor social, de la igualdad de oportunidades? ¿Realmente funciona el ascensor social en la economía? ¿Y en la política?

La respuesta no es muy optimista aquí, pero tampoco en Francia, cuna de la élite con valores republicanos y no de la élite interpretada como una casta extractiva como se hace a menudo aquí, donde hoy también están en entredicho los canales de selección y el funcionamiento del ascensor social. Esta misma semana el presidente Macron ha anunciado el cierre de la ENE, la escuela nacional de la administración, para remodelarla. De la ENE han salido los directivos de la política y la empresa desde la posguerra mundial hasta hoy, y según el presidente de la República se ha convertido en un “molde del pensamiento único”. Un salvoconducto que da protección laboral de por vida y a la que los que acceden son en un 72% hijos de directivos y en un 6% hijos de obreros.

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Los momentos de reconstrucción también son oportunidades para hacer las cosas bien, y Catalunya saldrá antes del agujero pospandemia si consigue el concurso de toda la sociedad, especialmente con la responsabilidad de políticos y emprendedores, sean burgueses o no.