Palabra o barbarie

De una u otra forma, la mayoría conseguimos encapsularnos unos días en verano cuando nos está permitido recuperar lo básico, ya sea el olor de una higuera o ver pasar las nubes. Desde la calma, la actualidad tiene aún más apariencia de un escenario movido por la crueldad y la arbitrariedad. Un circo siniestro del que parece que valga la pena protegerse, alejarse. Este verano hemos asistido a lo que parece el fin del mundo: llamas inextinguibles que calcinan árboles, animales y pueblos; liderazgos narcisistas y egos hipertrofiados que marcan el paso de las relaciones internacionales, incapaces de detener las matanzas en Ucrania o Gaza. La historia, en el caso de la cumbre de Alaska, nos ha pasado por delante como una mala película de serie B, donde el supuesto presidente del mundo libre, convertido en un caprichoso CEO jefe, adula al sanguinario presidente ruso paseándolo en la Bestia, el blindado presidencial, mientras es incapaz de forzar un acuerdo de alto el fuego digno para Kiev. Con la escenografía dorada dedicada a Putin, Estados Unidos daba cobertura a quien considera que la unidad y la estabilidad de Rusia solo se consiguen por la fuerza y distorsionando la historia, quien considera que el poder se nutre de crueldad, misterio, teatralidad y manipulación.

Si no fuera tan grave, podríamos mirar hacia otro lado. Pero hacernos sentir ajenos a la realidad, alejarnos del dolor que nos envuelve, es el inicio de la victoria de los bárbaros. El autoritarismo avanza cuando cedemos palabras, normalizamos el odio o nos inhibimos, porque las democracias no caen de un día para otro: se erosionan lentamente con cada silencio cómplice y con cada consigna aceptada como verdad.

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En este contexto, dos libros ayudan a resituarnos y reaccionar. Salomé Saqué lo advierte en Resistir. El ensayo está escrito con urgencia y compromiso. Disecciona el mecanismo sutil con el que la extrema derecha ha ido imponiendo su marco: el uso de un vocabulario nuevo que se convierte en sentido común, la difusión masiva de mensajes simplificados en las redes, la captura de grandes medios de comunicación. Saqué ofrece un manual de resistencia: desde la educación crítica a la movilización ciudadana, desde la defensa de los medios independientes hasta la regulación real de las plataformas digitales. Su mensaje está claro: resistir es actuar, todos los días.

El segundo libro es La palabra vencedora de la muerte, de Rob Riemen. La suya es la trinchera de la cultura y de la memoria. El libro es una meditación humanista sobre lo trascendente. Ante el nihilismo y el vacío de la política convertida en mercancía, Riemen reivindica la literatura, la filosofía y la música como únicas herramientas capaces de dar sentido a todo. La palabra es la que nos conecta con lo esencial de la condición humana y nos permite dejar un rastro más allá de la muerte. El humanismo sería la brújula en tiempo de desconcierto.

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Son dos libros diferentes, dos voces separadas por generación y contexto, pero unidas por una convicción común: la palabra es el único muro y el único puente que nos queda.

La conclusión es que si renunciamos a la palabra somos vulnerables al dogma, a la mentira y al odio. En ese sentido, la palabra es subversiva. Lo vemos en Gaza, donde más de 200 periodistas han sido asesinados. Nueve, solo este verano. En Gaza, si explicas qué ocurre eres un objetivo militar. Los nombres son conocidos por unos días y después se borran: Yahya Sobeih, muerto pocos días después de ser padre; Hasan Aslih, fotoperiodista hospitalizado en Nasser; Ismail Abu Hatab, que trabajaba para la BBC y el DW y murió en un café lleno de colegas; Anas Al Sharif, voz de Al Jazeera, asesinado ante el Hospital Al Shifa. La lista sigue. Periodistas que no llevaban armas, solo cámaras y micrófonos.

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No es casualidad. Cuando se mata a periodistas, se mata también la verdad y el intento de comprender. La información libre es enemiga natural del autoritarismo, de la propaganda, y la certeza absoluta es incompatible con el pensamiento crítico y la libertad de conciencia. En otras palabras lo decía Bertrand Russell cuando afirmaba: "Nunca moriría por mis creencias, podría estar equivocado".

Gaza nos muestra que la palabra es la diferencia entre la vida y la muerte. Si renunciamos a la palabra libre, renunciamos a la democracia y a la humanidad. Resistir con la palabra y actuar es hoy más urgente que nunca, porque cuando la palabra cae debajo de las bombas, ya solo queda el silencio y la barbarie.