La paradoja de la desnudez

Se establecían normas precisas sobre la longitud de las faldas o mangas porque el espacio público era de los hombres y nosotras solo podíamos acceder con el salvoconducto de la vestimenta tenida por respetable. Los dictados de la decencia nos hacían sentir, en palabras de Julia Kristeva, extranjeras para nosotras mismas. Mirado fríamente, ¿qué ocurrencia más curiosa esta, no? Que la diferencia sexual dé pie a visiones ideológicas y morales tan retorcidas. Hay tribus en las que las mujeres van con los senos desnudos y no pasa nada. Claro que también hacen cosas raras como enterrar vírgenes porque no llueve. La creatividad de los hombres a la hora de someter a sus compañeras de especie parece no tener límites. Sea como sea, en esto de la indumentaria femenina no vale pecar de ingenuas y tenemos que tener en cuenta no solo lo que queremos hacer sino el mundo real en el que vivimos.

El ejemplo más cercano es de este verano, de la polémica de los senos de Amaral. Me parece muy bien que los enseñe si tiene ganas, tiene todo el derecho, pero no sé si afirmar que en Occidente los senos están censurados es muy preciso. Ni si Rigoberta Bandini acierta mucho cuando canta que las tetas dan miedo. Teclead la palabra en Google y veréis que no es precisamente miedo lo que provocan nuestras glándulas mamarias. Echad un vistazo a Only Fans y descubriréis que estamos muy lejos de la prohibición de mostrarlas. O más fácil, pasead hoy mismo por cualquier playa y veréis que los pechos de las mujeres que llevan décadas exponiéndose al sol desmienten la supuesta censura. ¿Dónde es que no se pueden enseñar los pezones? Pues en Instagram, que es una red que utilizamos como si fuera un espacio público pero en realidad no deja de ser un sitio privado propiedad del señor Zuckerberg, que impone su ley. Una ley tremendamente hipócrita, de hecho, porque mientras que obliga a las chicas a ponerse estrellitas y asteriscos en los senos no impide que nos lleguen fotografías de nabos desconocidos que queremos que sigan siendo desconocidas. Y la desnudez en la plataforma está más que presente. Si no me creéis, buscad #hot o #sexy y encontraréis millones de imágenes, casi todas de mujeres, muchas menores, que demuestran que Instagram es de todo menos el paraíso del decoro. La doble moral de toda la vida ahora en digital. Pero es lo que digo: se trata de una plataforma privada con la que hemos firmado un contrato cuyas cláusulas no hemos podido negociar, y cada vez que confiamos en ello deberíamos recordarlo.

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Si hacemos una mirada panorámica a los principales problemas que conlleva ser mujer en el mundo occidental veremos que los más graves están vinculados no con destaparse sino todo lo contrario, con la sobreexposición y exhibición de la desnudez femenina hasta límites que el ojo humano nunca pudo imaginar. En internet el porno ha llegado más lejos que los ecógrafos intravaginales y nuestra anatomía es fotografiada, filmada, diseccionada y reproducida de forma masiva. Por si no teníamos suficiente con la explotación industrial de las mujeres en la pornografía, que está alcanzando unos niveles de violencia inauditos, traspasando todos los límites, educando a los niños en la brutalidad y el trato denigrante, ahora llega la muy estúpida inteligencia artificial para desnudar a mujeres que nunca se han mostrado sin ropa, incluso menores de edad. Por lo tanto, tenemos un mundo en el que conviven dos maneras aparentemente antagónicas de ver los cuerpos femeninos que confluyen en el mismo punto: el de despojarnos de nosotras mismas, de expropiarnos el único lugar que es nuestro. Será un camino largo, pero tenemos que coger fuerzas para estar en ambos frentes: el de los reaccionarios que quieren taparnos y el de los ultraliberales que quieren lucrarse explotando la desnudez de mujeres y niñas.