¿Qué pasa en los Mossos?
Nunca un cambio en el mando de los Mossos había estado rodeado de tanta polémica. El cese del mayor Josep Lluís Trapero, el mosso con más galones de la estructura, ha estado rodeado de acusaciones de purga política que el Govern niega y la oposición quiere que se investiguen en una comisión parlamentaria. Las consecuencias de este movimiento de placas tectónicas no han terminado.
El conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, tiene razón cuando recuerda su obvia capacidad de relevar a los cargos y marcar la política de seguridad, pero los argumentos de coralidad en la toma de decisiones y de feminización del mando no acaban de ser consistentes en un cuerpo obligadamente jerarquizado y con dos hombres en lo alto de la nueva estructura.
El dilema actual es el que afecta a todas las policías democráticas del mundo: ¿cómo se coordinan las políticas públicas de seguridad que dependen de los políticos electos y al mismo tiempo se garantiza la independencia policial y su excelencia técnica? Los Mossos no pueden ser un cuerpo aislado de los representantes de la sociedad ni tampoco, evidentemente, una policía política. La salud democrática depende de la capacidad de colaboración entre ambas esferas, la política y la policial, y de los mecanismos de protección del trabajo policial -especialmente de la independencia de la investigación contra la corrupción-. La circulación de la información interna es muy delicada y los Mossos han visto cómo filtraciones políticas han acabado con la jueza retirándoles de una investigación (el caso de Laura Borràs) y dotándoles de una comisión judicial para proteger la labor policial de injerencias, como en lo que podría definirse como la investigación de un “nódulo de digestión de dinero negro vinculado con la corrupción política y empresarial” que podría tener amplias conexiones políticas.
Ambas esferas deben seguir siéndolo si se quiere una gestión profesionalizada de la policía, pero quien autoriza muchas operaciones son el comisario jefe y el conseller, que está entre las necesidades técnicas del cuerpo y la opción política. En los Mossos todavía se recuerda la tensión entre Buch y el president Torra que se saldó con un “¡ponte tú!” en medio de la sala de coordinación durante una carga policial.
¿CUÁL ES LA SITUACIÓN HOY?
El nuevo conseller mantuvo en el cargo al director general de la policía Pere Ferrer, que en 2015 era jefe de gabinete del conseller Jordi Jané y a quien Miquel Buch situó en el cargo actual. Ferrer ha estado en la cúpula de Interior con cinco consellers (Jané, Forn, Buch, Sàmper y ahora Elena) y ha visto cinco cambios de jefe de los Mossos (Trapero, Ferran López, Eduard Sallent, de nuevo Trapero y ahora el comisario Josep Maria Estela).
Elena y Ferrer prescindieron de Josep Lluís Trapero, nombraron nuevo comisario jefe a Josep Maria Estela y recuperaron a Eduard Sallent de número dos del cuerpo.
La historia de Trapero ya la saben: atentados del 2017, contención el 1-O, declaración a la Audiencia admitiendo que habría detenido al Govern si la justicia se lo hubiera pedido y finalmente absolución judicial. Trapero había construido en los últimos meses un dique de contención entre las decisiones estrictamente técnicas y las voluntades políticas. Hombre de carácter, un amigo suyo le define como un “búfalo”.
Su relevo no podía hacerse peor. El mosso de mayor rango llegó el pasado martes a las 9 de la mañana a la comisaría de la plaza Espanya, donde nadie le esperaba, y con un destino profesional incierto.
PRESIONES A SÀMPER
El mayor había sido restituido por el exconseller Miquel Sàmper, de JxCat, quien afirma que en una larga carrera en la abogacía “nunca” en su vida se había “sentido tan presionado” como cuando entró en Interior. Y concluye: “La beligerancia y la vehemencia con la que se hizo [la presión] me determinaron a tirar por mi camino”. Fue Sàmper quien restituyó a Trapero. Coinciden con aquella etapa las conversaciones grabadas por el caso Volhov, en las que David Madí le dice a Brauli Duart, entonces secretario general de Interior: “Que [Sàmper] no tome ninguna decisión sin hablar conmigo o durará menos que un caramelo en un colegio de tontos”. Dos días después de estas palabras, Sàmper cesaba a Duart y restablecía a Trapero, destituido por el 155.
Ahora el conseller Elena ha relevado un tótem con reconocimiento profesional interno y fama de duro. El nuevo comisario jefe es Josep Maria Estela, un policía forjado en el territorio que lleva 27 años trabajando en el cuerpo. En la entrevista que hoy publicamos explica genéricamente sus orientaciones y admite que la crisis interna no ayuda en la gestión.
Estela tiene previsto recuperar algunas políticas aparcadas con la salida de Sallent y afirma que la cúpula de los Mossos sabe dónde "no debe meter la nariz" y que no se jugará "el sueldo" con intervenciones impropias. El nuevo jefe de los Mossos deberá demostrar si el ruido ambiental le estorba de la gestión profesional y democrática de uno de los principales órganos del país. No lo tiene fácil.