Pasa a la página 40

La señora S., sentada en el tren, mirando los huertos de la esquina de la vía, ve que le ha llegado un mensaje. En el chat de la familia, donde están los suegros, cuñados y cuñadas, su hombre, el señor S., le dice que se ha llevado las llaves y que no puede entrar en casa. La señora S. recuerda los libros aquellos, Vive tu propia aventura, dónde podías elegir, entre varias opciones, qué les pasaba, a los protagonistas. El señor S. escribe enfadadísimo (“¿me puedes decir qué cojones hago ahora? ¿Me lo puedes decir????”) y ella, sin querer, porque no, no puede decir qué cojones hace ahora el señor S. se pone opciones : “Si quieres que el señor S. diga que no pasa nada, ¿qué le vamos a hacer?, pasa en la página dos. Si quieres que el señor S. te trate de loca y de burra, y grite mucho, pasa a la página tres. Si además quieres que el señor S. te critique ante los cuñados y sus padres, pasa a la página seis. Si quieres que se solucione dándole las llaves a un vecino que vuelve hacia el barrio, pasa a la nuez.

Ella pasaría a la página dos, claro. Y entonces habría otra elección. “Si quieres que el señor S. diga que, puestos a venir a buscar las llaves, puede que podáis ir a cenar”, pasa en la página 20. Y aún otra. “Si quieres que el señor S. te trate exactamente como una compañera de trabajo (comprensivo, sonriente, relajado) ocurre en la página 40.

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Pero eso sólo ocurre en los libros. La señora S. sabe que está en la página tres. Nunca podría estar a la nuez, porque el señor S. no quiere una solución. Prefiere sentir el placer orgásmico de estar muy enojado con ella. Que no le tomen esto. Pero qué locura sería, qué alegría, qué regalo estar en la página 40. Ella pasaría en la página 40 con cualquiera y para cualquier cosa. Pone la cabeza en el cristal de la ventana, y la vibración le provoca un escalofrío, en cierto modo agradable, en los dientes.