El petróleo no se acaba (pero debería acabar-se)
Los combustibles fósiles son responsables de más del 70% de las emisiones que contribuyen al cambio climático y de más del 90% del CO₂ que liberamos a la atmósfera antropogénicamente. En el caso del CO₂, permanecerá en la atmósfera durante muchos siglos, manteniendo el planeta demasiado caliente, y, por tanto, es urgente reducir su consumo masiva y tan rápidamente como podamos. Para que esto ocurra, hace falta visión de futuro, coordinación entre países, y una serie de requisitos que a menudo nos fallan, como demuestran las convenciones climáticas que siempre acaban en papel mojado.
En el ideario colectivo habita la idea de que esto de los combustibles fósiles puede que se resolverá por sí solo. Hemos crecido con la idea de que el petróleo y otros combustibles fósiles son un recurso escaso, no renovable, agotable. Las crisis del petróleo de los años 1970 y 1980 contribuyen a esta percepción, junto con las numerosas guerras que han sido y son provocadas por estos recursos, y los intereses que así lo creamos.
Algunas tesis apocalípticas sugieren que el petróleo se acabará pronto, y que esto nos hará la vida muy complicada. Y si bien esta apocalipsis sería dramática, a veces me pregunto si no sería mejor que lo que nos ha tocado vivir: una apocalipsis en la que, pese a saber las nefastas consecuencias que tienen los combustibles fósiles para la salud y la estabilidad planetaria, los seguimos utilizando –e incluso los alentamos con subsidios– a la mínima de cambio.
La realidad es tozuda, y de combustibles fósiles tenemos, incluso si no nos los da Rusia. De hecho, en 2023 la producción mundial de petróleo y gas natural ha seguido creciendo. También han crecido las reservas probadas de estos recursos. Al mismo tiempo, seguimos invirtiendo en su uso y explotación. La semana pasada, por ejemplo, Alemania estaba discutiendo ampliar su flota de plantas eléctricas de gas natural con inversiones multimillonarias de 40.000 millones, buscando financiación pública para tal efecto. Ante todos los problemas que se derivaron de la dependencia del gas en Alemania, esta estrategia parece equivocada tanto en la dirección de la acción como en la magnitud de la inversión.
Esto no es un hecho aislado alemán. Estados Unidos, ya hoy en día el mayor productor y exportador de gas natural en el mundo, discuten expandir su capacidad deexportación de gas natural, si bien aún no han confirmado su ejecución. El propio gobierno de Biden, pese a llamarse el “presidente del clima”, ya ha tomado decisiones a favor de la producción petrolífera en tierras públicas federales offshore, entre otros proyectos. El gobierno del Reino Unido también ha dado un giro de guión y ha favorecido el desarrollo del yacimiento petrolífero de Rosebank. Incluso la producción global de carbón ha aumentado, aunque aquí ya no lo utilizamos demasiado.
En efecto, petróleo, gas natural y carbón hay mucho, y el camino delstatu quo nos empuja a seguir utilizándolo. De hecho, si llegáramos a consumir gran parte de estos recursos, se emitirían gases de efecto invernadero para aumentar la temperatura planetaria hasta, en términos llanos, freírnos a todos como el pollo al aste del domingo. Sin regulación que ponga fricciones, continuaremos utilizando los combustibles fósiles, porque, aunque sea un comportamiento económica y socialmente miope, son fáciles de utilizar y (demasiado) baratos. Y pues, se llama lucha contra el cambio climático –énfasis en la lucha– por algún motivo.
Tenemos las herramientas para hacerlo mejor. Las renovables y la eficiencia energética son un buen trecho. Replantear nuestras prioridades vitales y modelo de sociedad también. Reducir las desigualdades mundiales, aún más exageradas en materia de cambio climático, es una necesidad vital y ética. Pero sin lucha no estaremos a tiempo: una lucha por hacer los combustibles fósiles lo más irrelevantes posible, aunque tengamos (a espuertas).