Pirómanos del odio

Este ha sido un verano caliente, con múltiples incendios racistas. Las protestas o incluso agresiones contra centros de menores y migrantes se han multiplicado por todo el estado español. Lo que más trascendió fue lo ocurrido en Torre Pacheco, pero también se han producido ataques contra centros de menores en Vallirana —con cócteles molotov— y en Marcilla (Navarra), disturbios en Piera —donde en mayo también se lanzaron artefactos incendiarios—, en Alcalá de Henares (Madrid) y en Sabadell, y persecuciones en Hernani (Guipúzcoa). En Donostia se han organizado "cacerías" de personas magrebíes y africanas a través de un grupo de Telegram. Estos son solo algunos de los casos. Nos situamos así en la línea de Europa, que lleva un tiempo sumida en una crisis de vigilantismo y donde el aumento de la violencia contra los migrantes, y sobre todo contra los menores magrebís, parece imparable. 

A pesar de lo que digan desde el Govern, estos actos no son los primeros en Catalunya, ni en el resto del Estado. En realidad, como un insidioso goteo, se van reproduciendo desde principios de la década de los 2000, aunque han escalado desde finales de la primera década, coincidiendo con la emergencia electoral y mediática de las extremas derechas. Solo en 2019 se produjeron ataques a centros de menores en Canet de Mar, Rubí, Castelldefels y El Masnou –donde hubo heridos—. En este último caso, uno de los encausados es Jordi de la Fuente, quien está al frente del sindicato de Vox, Solidaridad, y hoy es miembro de la Diputació de Barcelona. De la Fuente proviene del grupo neonazi Movimiento Social Republicano y sirve de constatación de que, aunque desde algunos medios se intenta hacer pasar estas movilizaciones como “ciudadanas”, muchas están impulsadas por ultras envalentonados por el ambiente general de crecimiento y legitimación de los discursos racistas. La extrema derecha movimentista se está empezando a organizar y tiene una presencia creciente en Catalunya.

Cargando
No hay anuncios

Además de estos pirómanos del racismo, estos ataques están impulsados por los discursos que criminalizan a los migrantes, sobre todo a los menores magrebíes, hoy convertidos en el eje de una confrontación entre comunidades que tratan de desentenderse de su deber de acogida. Nadie los quiere. Los buenos ciudadanos aceleramos el paso cuando los vemos por la calle. 

Las narrativas que consolidan estos miedos inundan nuestras pantallas. Hablan de ocupación, multirencidencia o incluso los representan como agresores sexuales y amenazas para “nuestra forma de vida” o nuestra cultura —la preservación de la lengua catalana empieza a ser utilizada como excusa para legitimar un racismo “progresista”—. La crisis de vivienda se desvía así como crisis de ocupación, de la que se culpa a los extranjeros. La “multireicidencia” sirve para asociar migración y crimen: el magrebí incorregible, que no quiere trabajar, incapaz de “integrarse” y que por lo tanto tiene que ser expulsado para preservar la pureza del cuerpo social. En el momento que hay un rumor de una agresión sexual, o un robo, causada por un “moro”, el engranaje puesto en marcha por toda esta retórica de exclusión y de culpabilización de grupos enteros se activa. Basta que alguien prenda la mecha. Y hay mucha gente dispuesta a ello.

Cargando
No hay anuncios

Estas erupciones de violencia racista no son episodios aislados ni estallidos espontáneos de "indignación ciudadana". Son la expresión más cruda de un sistema que necesita fabricar enemigos internos para desviar los malestares generados por las crisis múltiples que atravesamos. El "moro" se ha convertido en la perfecta víctima propiciatoria. Esta figura representa al delincuente, al migrante que "no se integra", el que, en definitiva, no quiere subordinarse pacíficamente a su posición ligada a los trabajos más explotados. De manera que los estallidos racistas sirven para sujetar a todos los migrantes, allí donde, quizás, podría prender la mecha de una contestación social de carácter muy diferente. Así, el odio al "moro" funciona como advertencia general para disciplinar a la fuerza de trabajo migrante, mientras ofrece al resto un sentido de pertenencia nacional como compensación simbólica. Por tanto, mientras este racismo sea útil para reforzar las jerarquías sociales y manejar las tensiones sociales en un momento de crisis latente, los ataques racistas continuarán. Los incendios racistas seguirán prendiendo, y siempre habrá alguien dispuesto a soplar sobre las llamas.