El placer de decir lo que no es
1. Feijóo. "Algo de España se nos muere", "La amnistía significa la humillación deliberada de la generación de la Transición", "La nueva política es una estafa descomunal", "La nación española se rasga": con esta retórica se llega al intento del PP de sacar adelante la investidura. Dos meses después de las elecciones, la oportunidad que Feijóo pidió y Felipe VI concedió no ha progresado ni un milímetro. Estos días solo han servido para confirmar que a Feijóo solo le queda una opción: el transfuguismo, la traición de algunos diputados socialistas.
El PP ha regalado tiempo a Sánchez, por lo que ha contribuido a que la investidura del líder socialista se vaya imponiendo sin grandes aspavientos, como si los diferentes actores lo asumieran como un destino. Un tiempo perdido para el PP: el mitin de Madrid solo sirvió para que Feijóo se consolide, de momento, como líder de la oposición. La escasa movilización de la derecha, lejos de la modesta manifestación independentista del 11 de septiembre, confirma que la calle va a la baja. Lo único que Feijóo ha conseguido ha sido que Aznar le diera la bendición con su apelación a las fuerzas vivas de la nación para salvar a la patria y la resurrección de la pareja González-Guerra, que, después de años sin dirigirse la palabra, cantaba a dúo contra Pedro Sánchez, ofreciéndose a Feijóo para salvar a la patria. Y hemos leído exaltados panfletos que igualaban amnistía con liquidación del régimen del 78. Cuando el discurso trágico se hace comedia simplemente se busca la negación de la realidad para no tener que afrontarla.
Decía Alexandre Koyré, en un breve ensayo –Reflexiones sobre la mentira–, que “el hombre siempre ha mentido”, dejándose llevar “por el placer de decir lo que no es” y de “crear con su palabra el mundo”. Y "la mentira moderna -esta es su calidad definitiva- se fabrica en masa y se dirige a la masa". Sin ningún respeto “por la verdad y por la verosimilitud”. Cuando la dimensión trágica se apodera del debate político, mal vamos: “Ante el enemigo, la ficción debe defenderse sin miramiento alguno” y la verdad es una confesión de debilidad.
2. Aragonès. El debate de investidura español coincide con el de política general del Parlament de Catalunya. La atención mediática estará en Madrid. Pero, sin embargo, desde aquí se puede decidir si existe o no repetición electoral. ¿Es imaginable hacer política? ¿Marcará el presidente Aragonès el paso? Es necesario un debate a partir de la conciencia de la situación real, encontrando puntos de acuerdo para una investidura posible y razonable. Pero hay una patética dialéctica de la política catalana que lo enturbia todo: la disputa por el título de auténtico depositario de la fe, que en el fondo solo esconde que el independentismo es plural (extrema derecha, derechas diversas, centro, izquierdas y extrema izquierda) y que tiene intereses concretos a menudo contrapuestos. Ahora se trata de construir alianzas transversales, dentro y fuera del independentismo, para optimizar la negociación. No olvidemos que la situación actual es fruto de una reacción del electorado encabezada por Catalunya, que, a la luz de la alianza PP-Vox, vio que en ese momento era prioritario detener la penetración del autoritarismo posdemocrático.
3. Francisco. El Papa ha asumido una cruzada por la emigración. Lejos de los enfáticos modos de sus predecesores, es un hombre discreto en materia de doctrina y de fe pero que parece deseoso de hacer que la Iglesia contribuya a un cierto reconocimiento de las fracturas colectivas. Denunciando, por ejemplo, "las políticas que alimentan el miedo a la invasión de los desamparados" donde "nacionalismos arcaicos y belicosos" amenazan a la humanidad común. Le Monde se refería el domingo a "la gran negación francesa: una economía con penuria de mano de obra que depende de los que vienen de fuera". Y el Papa lo remataba en su estancia en Marsella. El resultado es que ha sacado los colores al presidente Macron. En horas bajas, el presidente parecía haber encontrado un momento de oportunidad junto al Papa. Pero cuando el pontífice ha tocado la cuestión de la inmigración, el intelectual presidente se ha descolgado con el más repetido de los tópicos: "No podemos acoger toda la miseria del mundo". La cínica coartada que ya pronunció Michel Rocard en los 80. No hemos avanzado ni en políticas ni en dignidad. Es una declaración a la vez de impotencia y elusión de la responsabilidad. A la hora de la verdad todos cantan misa.