El precio de tener un hijo y el precio de ser padres
Dicen en las noticias que "en Cataluña tener un hijo supone, de media, un gasto de 938 euros al mes". Según un informe de Save the Children, estamos 200 euros por encima de la media española, 758 euros. Al parecer, esto es por el 25% de aumento de los precios de los alimentos y el 145% de aumento del precio de la vivienda. Es muy caro vivir en Cataluña, pero no sólo si tienes un hijo. No entiendo demasiado los cálculos. ¿Son dos hijos el doble o se parten los gastos? Porque si un hijo supone un gasto de 938 euros al mes, un adulto no cuesta mucho menos. Por eso no me voy a cansar de repetir que un jubilado catalán, que tiene la misma pensión que un jubilado extremeño, es mucho más pobre, habiendo trabajado lo mismo. Con un hijo, claro, el precio de la alimentación se dispara, porque intentas que coma fresco y de calidad, si puedes. Los pañales son muy caros, pero si es una niña no dejará de gastar en celulosa, de mayor. Con ropa gastas más, porque los niños cambian de talla de pie y de cuerpo cada cinco meses.
Con la ropa infantil siempre ha habido una maravillosa socialización. Todo el mundo ha "recibido" ropa de otro bebé y todo el mundo ha dado ropa a otro bebé. Sin embargo, nuestras madres y abuelas, aparte de dar y recibir, practicaban un sistema de reciclaje que me parece extraordinario. De entrada, los hermanos heredaban hasta muy mayores. Heredaban ropa ya reparada, claro. Quizá entonces jugábamos más por el suelo, vale, y quizá por eso los pantalones siempre se rasgaban por las rodillas. El caso es que esas rodillas se reparaban con unos parches de cuero marrón. Todos nosotros los llevábamos. Por prevención o por reparación. Y entonces estaba lo otro. Ibas a la tienda (en nuestro caso, Cal Tonet) y pedías un jersey o un abrigo “de crecimiento”. Este terrorífico concepto significaba que te compraban una prenda dos tallas más grande para que la pudieras aprovechar más tiempo. Los niños íbamos con unas mangas tan largas que, para que se nos vieran los dedos, íbamos a la escuela con los brazos rectos, adelante, como una procesión de zombies.