La pregunta del millón de Franco
Si con motivo de los cincuenta años de su muerte Franco levantara la cabeza y le fuera concedido el deseo de formular una sola pregunta sobre qué ha pasado en este medio siglo, su primer impulso sería el de preguntar si todavía se mantiene la unidad de España. Pero como solo podría hacer una pregunta, mataría (estaba acostumbrado) dos pájaros de un tiro y preguntaría si todavía se mantiene la monarquía. Al fin y al cabo, fue su gran apuesta personal de futuro porque, en su visión tradicionalista, república equivalía a desorden y monarquía a unidad.
Sabía que muerto el dictador, muerto el régimen, y que una monarquía era la única bala que le quedaba en la recámara para garantizar una vida sin juicios ni prisiones para los franquistas, para facilitar la reforma política (que no la ruptura) y para situar en el frontispicio constitucional del régimen que tuviera que venir la indisolubilidad nacional.
El propio Juan Carlos de Borbón ha vuelto sobre la famosa escena en el libro de memorias que ha publicado. Al final de sus días, Franco solo le pide una cosa: que mantenga la unidad de España. En el caso español, la petición revela una inseguridad profunda, atávica, sobre la viabilidad de un proyecto compartido que no dependa de la fuerza armada y no tenga que vivir en libertad vigilada. Se trata de una debilidad paradójica para alguien que ganó una guerra civil, liquidó físicamente a la oposición y hablaba de la "unidad de destino". Una inseguridad que conecta con la de algunos discursos de hoy y con ese párrafo en el que Juan Carlos explica que a veces tenía que pararle los pies a Jordi Pujol. Leído ahora es patético.