Presidente legítimo perpetuo
Algunos amigos se ríen de las absurdidades –o rarezas: depende de cómo se mire– que conservo en los estantes de mi pequeña biblioteca. Hace unos meses sufrió una severa reestructuración (tenemos un hogar que facilita las cosas). A base de quitar el polvo a montones de papeles que no abría desde hacía décadas, tropecé con una joya de la literatura política del siglo XX: una hagiografía de Kim Il-sung en dos enormes y lujosos volúmenes llenos de fotografías, editada por el propio régimen coreano a finales de la década del 1970. Kim Il-sung, abuelo del actual presidente de la República Popular Democrática de Corea, es quizás el líder de la Guerra Fría que más llevó el culto a la personalidad hacia el paroxismo. Stalin o Mao no le hacen ni sombra. Además de ser el fundador de la primera monarquía comunista de la historia, el camarada Kim Il-sung es hoy uno de los pocos cadáveres del mundo que ocupan un cargo de alta responsabilidad. Ya sé que suena extraño, pero es literalmente así.
En efecto, el fundador de la dinastía Kim murió en 1994, pero el 5 de septiembre de 1998 el Partido del Trabajo de Corea auspició una reforma constitucional, todavía vigente, que lo declaraba de manera oficial presidente perpetuo de la República. Este título es a la fuerza simbólico, pero no imaginario. Desde su mandato ya no hay –ya no puede haber– ningún otro presidente legítimo de la República. El cargo no lo puede ocupar nadie más, y por eso se dividió en dos. De hecho, su nieto Kim Jong-un es, de manera oficial, el presidente de la Comisión Nacional de Defensa. La otra mitad pertenece al presidente de la Asamblea Suprema del Pueblo, y en la actualidad la ocupa un tal Choe Ryong-hae (su hijo está casado con la hermana de Kim Jong-un, lo cual refuerza dinásticamente la monarquía socialista coreana).
Kim Il-sung, sin embargo, no es la única persona muerta en esta situación. En la República Bolivariana de Venezuela se ha instituido también la figura del comandante eterno, cargo que tiene y tendrá por siempre jamás Hugo Chávez, muerto el 5 de marzo del año 2013. Algún lector pensará que todo ello solo es una manera de hablar, etc. Pues no. Como se puede ver en un espacio televisivo emitido hace pocos días en aquel país, se habla de Hugo Chávez como el presidente legítimo de Venezuela. Atención a la entradilla: "Fundación Comandante Eterno Hugo Chávez realiza conversatorio «Por ahora y para siempre» conmemorando 8 años de su paso a la inmortalidad". Madre mía... Si escuchan la grabación observarán que todo el rato se usa el presente de indicativo, no el pasado.
¿Una legitimidad política que no caduca nunca? ¿Extravagancias, delirios? Sería muy fácil responder afirmativamente y añadir que solo estamos ante una actitud espuria, etc. Resulta, sin embargo, que no todas las decisiones políticas e institucionales son atribuibles a la racionalidad. Hay muchas que derivan de emociones poco procesadas, de traumas colectivos, de aspiraciones descabezadas, de grandes frustraciones. Consumarlas en forma de decisiones poco razonables no suele servir nunca de nada, pero la inercia es tan grande que acaban siendo casi inevitables. Desde una perspectiva democrática, la legitimidad de un cargo como el de presidente deriva de determinados procesos reglados que traducen la voluntad mayoritaria de los ciudadanos en una determinada geometría parlamentaria. Quien no se ha sometido al juicio de las urnas, o bien quien ha sido descartado por los ciudadanos y no representa la opción mayoritaria, puede disfrutar de una legitimidad simbólica subjetiva, de carácter premoderno, pero de ninguna forma puede pretender que se haga efectiva en términos institucionales, e indefinidamente. Lo mismo se puede decir de las organizaciones privadas cuyos representantes derivan de una votación privada y restringida a sus socios: solo se representan a ellas mismas.
No niego que en el corazón de muchos venezolanos Hugo Chávez sea su comandante eterno. Es muy probable, sin embargo, que en el corazón de otros venezolanos represente otra cosa muy diferente. Desde la perspectiva de la democracia representativa todo ello se resuelve haciendo recuento de los votos que acabarán dibujando una determinada mayoría –o no mayoría– parlamentaria. El resto son asuntos privados. Respetables, por supuesto, pero privados. Hay gente que cree esto y hay gente que cree aquello otro, como siempre. La desnaturalización del sistema democrático empieza en el momento en el que renunciamos a tener en cuenta el resultado preciso de los procesos electorales porque ya sabemos que tenemos razón y que la tendremos siempre.
Ferran Sáez Mateu es filósofo