El Priorat vuelve a ser noticia

El Priorat parece una comarca de extremos. Abarcó vino medio Europa a finales del siglo XIX, cuando la filoxera diezmó el continente, hasta que él mismo también fue víctima y se fue despoblando y empobreciendo. Hace cincuenta años, sus vinos eran aún sinónimo de poca calidad y ahora, en cambio, sale a las noticias porque algunos de sus productos han sido reconocidos como uno de los mejores del mundo. Pero su posición natural en la clasificación informativa suele ser por causas menos le, como sequías o incendios, o por datos tan llamativos como aquélla según la cual, sólo hace treinta años, era la única comarca catalana donde no había ninguna semáforo.

El último episodio, el que empezó el jueves por la tarde, todavía humea: la caída de un palo de una línea eléctrica es la causa más probable de un incendio que 24 horas más tarde no había sido tan catastrófico como se temía gracias al trabajo de los bomberos, pero, sobre todo, gracias al cambio en la dirección del viento.

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Basta un mínimo de sensibilidad para admirarse del durísimo trabajo de generaciones que han cultivado suelos en terrazas y márgenes de un acceso tan incómodo que parece imposible. Y basta con abrir los ojos para valorar un paisaje que puede competir en el exigente Instagram con cualquier otro del Mediterráneo. Llevad un norteamericano de esos que se extasían con la Provenza o la Toscana y ya me sabréis decir. Con tanta adversidad acumulada, los logros del Priorato parecen un milagro, pero sería de justicia que no tuviéramos que esperar un milagro para que aquellas tierras del sur del país recibieran las inversiones que necesitan y merecen.