Las prioridades de los adultos
La realidad supera a la ficción, o al menos, es capaz de empatar una escena de la vida cotidiana con una secuencia de final sorprendente. Ocurrió este verano, en un pueblo del Pirineo, al comienzo de una tarde plácida. Un niño montado en una bici gira a toda pastilla por una esquina estrecha y causa el correspondiente susto a una vecina que se le encontró de cara y que, al parecer, conocía a la criatura. Y la mujer le amonesta sin gritos, pero muy seria, de esta manera: "Ten cuidado con la bici, porque si atropellas a una señora mayor…" Dejo la frase aquí. ¿Cómo podría continuar? "¿Le puedes hacer mucho daño? ¿La puedes matar? ¿Vendrán los Mossos y una ambulancia?" Pues no, la advertencia fue: "Ten cuidado con la bici, porque si atropellas a una señora mayor, tus padres tendrán que pagar unpastón en la vieja".
No vi venir ese final, y menos expresado con estas termas, que me hicieron reír. Más allá de que lo primero que se le pasara por la cabeza fuera el atropello de una vieja, no le dio un consejo de sentido común ("cuando no veas si viene alguien, no corras") ni de conductora veterana ("cuando llegues a una esquina, frena") sino la proyección de que lo peor que le diera al buque es que el peor que le podría pasar al chaval es que. Francamente, no me pareció que el enfoque economicista de las consecuencias del encontronazo imaginario sirviera para que el chaval interiorizara una lección de prudencia vial básica. Más bien quedó como una lección de las prioridades de los adultos.