Pujol: 'el' juicio, la Historia

Esta semana, finalmente, ha comenzado el juicio que afecta al president Pujol, a sus hijos y a algunas personas más que han estado involucradas en la causa. De entrada me vienen a la cabeza tres preguntas, para las que adelanto unas primeras respuestas.

La primera pregunta tiene relación con el tiempo transcurrido. ¿Cuántos años han pasado desde la confesión pública del president? La respuesta es conocida: más de once. Este hecho, sin necesidad de añadir otros, ya habla por sí solo. Un proceso que dura más de una década conlleva un grave vicio de indefensión para quienes tienen que ser juzgados. En la vida ordinaria, si alguien no puede hacer el trabajo en un plazo prudente y razonable, significa que no puede hacer el trabajo.

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La segunda pregunta tiene que ver con el estado de salud del president. ¿Cómo está realmente? Los que lo vemos a menudo tenemos nuestra propia impresión, pero no podemos opinar con conocimiento de causa. Quienes pueden hacerlo, los médicos, han dejado muy claro que su estado actual no permite que sea juzgado con garantías de poder defenderse. En este sentido, mantenerlo en el juicio resulta simplemente inhumano. Una injusticia en nombre de la justicia.

La tercera pregunta apunta al corazón de la investigación judicial que ha durado tantos años. ¿Qué hechos nuevos y relevantes se han descubierto, que no fueran conocidos después de la confesión de julio de 2014? En este caso la respuesta es contundente: ninguno. Para ser más exactos, lo único realmente nuevo es la evidencia de que existió una operación Catalunya; es decir, un montaje ideado y ejecutado desde el corazón del Estado para decapitar a personas y organizaciones sospechosas de defender la autodeterminación o la independencia de Catalunya. El president Pujol, pese a sus conocidas reticencias sobre el proceso soberanista, fue una de sus primeras víctimas, y de las más relevantes. Y ahí está una de las grandes paradojas de todo: las víctimas de la operación Catalunya hemos sido, la mayoría, juzgadas y condenadas. Los ideólogos y ejecutores, a pesar de la ingente acumulación de evidencias en su contra, no están siendo ni siquiera investigados dentro del estado español. Y lo llaman justicia...

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En los próximos meses asistiremos al juicio que se ha iniciado esta semana. Sin embargo, en los últimos años hemos vivido otro juicio en torno a la figura del president Pujol: el juicio social. Me consta, por las conversaciones que hemos tenido, que él ya se ha juzgado a sí mismo; y lo ha hecho con gran severidad, quizá incluso excesiva. También soy testigo de su arrepentimiento, sincero y permanente en el tiempo. Su sentimiento de culpa tiene muy poco que ver con lo que ocurrirá en el juicio por la vía penal. En cambio, tiene mucho que ver con el remordimiento de haber fallado al país y a su gente. No hablo solo de sus votantes, que han sido muchos, sino del país en su conjunto. Un país al que él ha servido con pasión y talento.

Él se atribuye un fallo ético, que es lo que más duele a una persona de convicciones y de valores. Y asiste al juicio social con resignación, pero intuyo que también con esperanza. Ha transcurrido el tiempo suficiente como para que cada uno emita su propio juicio. Algunos lo harán desde la indiferencia o desde la distancia, otros desde la agresividad o de la superexigencia, y unos cuantos más desde la benevolencia o desde la aceptación de que la condición humana vive lejos de la perfección o de la virtud estoica. Incluso es posible, y casi natural, que las opiniones sobre su figura vayan evolucionando con el tiempo, y que su proceso de rehabilitación social vaya ganando adeptos. Una tendencia, por cierto, cada vez más perceptible.

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Y, sin embargo, queda otra fase pendiente: la Historia, escrita así, en mayúscula. Aún no hemos entrado, y por tanto no sabemos cómo se escribirá. Sin embargo, intuyo que en esta fase todavía ignota el juicio social sobre el president Pujol será mucho más determinante que el que puedan resolver los tribunales. Y en este sentido, tengo más esperanza y confianza que el lugar que le corresponderá será el que merece el balance de una trayectoria donde los activos pesan mucho más que los pasivos.

Avanzo algunas ideas. De todo el convulso y agitado siglo XX, Pujol es el político que más y mejor transformó a nuestro país. Se me dirá, con razón, que fue el que más tiempo dispuso para hacerlo, porque a diferencia de otras épocas las circunstancias jugaron a favor. Cierto. Pero no es menos cierto que se supo ganar la confianza de mucha gente como ningún otro. Pujol no fue un monarca elegido por un dictador, sino un demócrata que ganó las seis elecciones a las que se presentó para gobernar. La huella que deja su obra de gobierno despega por encima de cualquier otra. Junto a esto, el president Pujol supo conjugar un binomio esencial para Catalunya: identidad y progreso. Es decir, saber qué somos y cómo somos, para poder ir más lejos y poder ser mejores.

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Y aventuro una conclusión: acabe como acabe el juicio en Madrid, cuanto más se deteriora la política, más se agranda su figura.