Pujol, sentencia escrita
Jordi Pujol se enfrenta a partir de hoy a la verdad judicial, pero a sus 95 años, y habiendo pasado 22 desde que dejó de ser president de la Generalitat, la sentencia de la historia está escrita y matizada por el paso de los años: un militante antifranquista que sufre tortura y cárcel, convertido más adelante en president-padre de la patria, es, también, un padre de familia que hace oídos sordos a los avisos y evidencias sobre determinadas prácticas económicas de algunos miembros de su familia durante dos décadas de poder absoluto en Catalunya y de influencia política en España.
Todas las lecciones sobre valores de las que impregnó su acción política se volvieron en contra de él cuando confesó la historia de la herencia. Pero han pasado once años desde ese día de San Jaime de 2014 y todo el mundo ha tenido tiempo para fijar sus distancias con el personaje. Solo aquellos que nunca pudieron digerir las seis victorias electorales consecutivas esperan una sentencia judicial que les dé la razón última en tiempo de descuento. En cualquier caso, una sentencia condenatoria confirmaría que todo fue a la vez: la reconstrucción nacional de Catalunya y un president que no siempre practicó la autoexigencia ética que predicaba.
Porque todo el mundo sabe, también, que si Pujol no hubiera dicho que ya no tenía ningún argumento para ser contrario a la independencia, ni hubiera dejado escrito que "o independientes o residuales", la justicia lo habría dejado tranquilo, al igual que lo había dejado tranquilo durante tantos años. Y la reciente condena del fiscal general del Estado, que convierte en víctima indemnizable a un defraudador confeso, ha demostrado, por si el juicio del Procés no lo dejó lo suficientemente claro, que a la justicia española hace mucho tiempo que le cayó la venda de los ojos.