Quiero, por favor, una clase magistral

El móvil es una herramienta, no sea retrógrados, me dices. Si trabajan “por proyectos” ellos buscan la información, me dices, y así la interiorizan, porque se hacen responsables, me dices, y eso es mucho más rico que escuchar a alguien que te recita la lección, me dices. Pero esto pasaría sólo en un mundo ideal, donde “ellos”, todo el grupo que trabaja por proyectos “quieren” (quieren en cursiva o quieren en mayúscula) aprender. Lo quieren mucho. Y buscan, buscan, buscan información de lo que tanto les interesa.

Pero la realidad es que la dinastía de los Borbones, Sócrates, el complemento directo, las permutaciones, la Rodoreda, todas estas cosas que tú ahora piensas que –grande como eres– te interesan tanto que te morirías por volver a estudiar, no les interesan nada. A ti no te interesaban todas, entonces sólo una. Por defecto ellos han venido al mundo sin intereses. Pero los grandes intereses –obsesiones– que quizás algunos de ellos tendrán, a menudo estarán motivados por algún profesor, padre, monitor de esparcimiento, abuelo, amigo de la familia, que tiene una manía. Y que la transmite, con pasión, con absoluta excitación, haciendo que el mundo se detenga. Diga charla o llame clase magistral. Todos necesitamos que "nos expliquen" algo. De ahí la literatura. Explícamelo, hazlo vivir en un poema oral irrepetible. Sé tú quien me transmita la pasión.

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Quizás el explicador no tenga la voz o el tono suficientemente excitantes, pero quizá ésta sea su gracia. El tono monótono del doblador de Carl Sagan, en Cosmos, la voz tragada de aquella profesora de literatura que tuve, mi abuelo explicando “batallas” de la guerra, Ruscalleda haciéndote “vivir” una receta... No quiero proyectos en la vida, quiero que me lo expliquen, que me lo hagan vivir, quiero una clase magistral perpetua, quiero la voz del otro, del profesor, con la pizarra detrás, no quiero otra cosa.