La redactora de sucesos
La redactora de sucesos llega a su redacción. "Lo siento, todavía llevo el pelo mojado, ¡soy un desastre!", exclama. Y el maquillador en prácticas sonríe y hace: "Ahora lo arreglamos. Qué monas, los zapatos". Ella, ya sentada en la silla de maquillaje, hace: "¿Sí? Me las regaló Edu, pero, en fin, ¿qué puedes esperar de los gustos de un mozo, no?"
La peluquera le coge el pelo y se borra. Todo el mundo de la sala de maquillaje ha hecho silencio, porque ha entrado ella. Y ella, a diferencia del redactor del tiempo, de la de economía, de la de política, es alguien que se hace escuchar. "¿Qué nos traes hoy?", pide el chico. Y ella hace un petarrillo. "Uy, hoy... Es uno de esos días en los que ser periodista..." Coge aire. "Una mujer asesinada por el marido. A mí esto como que no".
Las peluqueras, el huésped, los demás invitados se la miran. Ella contesta un mensaje en el móvil: "No, no, ahora no puedo hablar contigo, Pescao!", dice, como si se lo dijera a sí misma. Y aclara, hacia el público, es un preso común lo suficiente!" La tertuliana de la silla de al lado pregunta: "¿Y qué quiere?" La redactora hace, con teatral resignación: "¿Qué qué quiere? ¡Mi cuerpo serrano!" Los demás aplastan en risas.
"Mirad", prosigue: "A mí dame narcos, dame malos que se matan entre ellos, esto como que sí". Hace una pausa (ibseniana, de las largas). "Pero que nos maten, no, como no. Ser periodista así... El otro día hice un artículo de opinión, que me costó mogollón, en El Puntazo.com. Era como decir: «Tios, ¿no nos matáis, vale?». ¿Y de qué sirven mis artículos? Pues se lo decía a Edu. Para nada".
La azafata se le acerca: "Tienes que bajar a plató". Y ella hace: "¡Al lío!" Todos los demás se quedan embobados viendo como taconea escaleras abajo, ajetreada, encantada.