Rehacer la confianza para seguir haciendo camino

Si en algún momento de los próximos años se quiere recuperar la vía hacia el ejercicio del derecho a la autodeterminación que Cataluña emprendió con fuerza a partir de 2012, será necesario fijarse en las variables externas y las condiciones internas que hasta ahora han impedido alcanzar el objetivo final, que no es otro que una Cataluña independiente en una Europa crecientemente federal. Últimamente insisto mucho en la idea de que cuando hablamos de independencia en el marco europeo debemos explicar las cosas cómo son y cómo queremos que sean: es decir, soberanías compartidas e independencias limitadas en beneficio de un proyecto europeo común, que nos haga ser alguien en el contexto mundial y que nos garantice progreso y bienestar a largo plazo.

Las variables externas son difíciles de predecir e imposibles de controlar por nosotros mismos. Existen, nos condicionan, pero se caen fuera de nuestro alcance. En el punto culminante del llamado “Proceso”, en octubre de 2017, la guerra abierta entre Rusia y Ucrania no se había desatado, los alemanes y buena parte de los europeos cerraban plantas nucleares e invertían en infraestructuras para comprar más gas en rusos, el conflicto siempre latente en Oriente Próximo no había tomado la dramática virulencia actual, y los países de la UE no priorizaban como la ampliación hacia el este ni el incremento de sus presupuestos de defensa. Y todo esto sin mencionar la pandemia y sus duras consecuencias de todo tipo, que todavía sufrimos. Estas variables son muy poderosas, nos afectan, debemos tenerlas muy presentes, pero poco podemos influir.

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En cambio, hay toda una retahíla de condiciones que dependen sólo de nosotros, de las que tenemos la decisión en nuestras manos, y que resultan absolutamente cruciales si queremos recuperar la credibilidad del proyecto soberanista. Citaré tres, para mí las más decisivas: compartir el objetivo, trazar un camino común y rehacer las confianzas rotas.

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Sobre el objetivo, es necesario consensuar si hacemos hincapié en el derecho a decidir o en la independencia. No es exactamente lo mismo, aunque estén íntimamente entrelazados. Vista la experiencia de la última década, es necesario decidir si nos hacemos fuertes en la reclamación de nuestro derecho primario o natural, o bien si pasamos pantalla, damos por superada esta etapa y definimos una estrategia sólida y posible para llegar a la independencia, que hoy no existe. Parece, por la reclamación de los partidos soberanistas de pactar un nuevo referendo, que estamos más por el reconocimiento del derecho a decidir. A pesar de su enorme dificultad, se trata de un objetivo que reúne más consensos en el interior y una mayor comprensión en el exterior.

En cuanto a trazar un camino común, la clave reside en disponer de una hoja de ruta acordada entre todos los actores soberanistas, como en su día existió. Si se hizo, significa que es posible. Soy testigo de primera mano de esfuerzos llevados a cabo por el presidente Puigdemont, en momentos claves, para buscar fórmulas de integración y suma dentro del espacio independentista. Esfuerzos que desgraciadamente recibieron su portazo correspondiente. Ahora, cuando vemos que cada uno va por su camino, debemos recordar la evidencia pura y simple: o hay camino común, o no hay camino. A corto plazo, el mayor riesgo de la falta de camino común es que en las próximas elecciones catalanas los partidos independentistas pierdan la mayoría que tienen en el Parlament, una mayoría que en estos momentos ya es precaria e inestable. Hay que hacer todo lo posible, y algo más, para evitar ese escenario. Fórmulas, si se quiere, las hay.

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La tercera condición, rehacer las confianzas rotas, puede resultar la más complicada de todas. La política la hacen las personas, y la condición humana aparece a menudo como algo inescrutable.

Desconfiar del estado español tiene su lógica avalada por los hechos, pero tanta desconfianza entre los propios cuesta aceptar. Rehacer la confianza entre personas que tienen heridas profundas abiertas sólo se puede tragar cada día una migaja de orgullo y sembrando cada día pequeñas semillas de concordia. Un proyecto de país que ha reunido tantos anhelos y tantas energías merece, como mínimo, que se intente.

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Reconstruir estas condiciones requerirá tiempo, oficio y visión. Sin embargo, en mi opinión, son condiciones sine qua non. Si se quiere volver a recuperar la credibilidad del proyecto y el apoyo electoral, es necesario garantizar el éxito de esta reconstrucción. Y como la vida fluye todos los días, mientras rehacemos la confianza para seguir haciendo camino, aprovechamos a fondo la coyuntura política en Madrid, difícilmente repetible, para resolver déficits estructurales que frenan las energías y ambiciones catalanas. El país entero se beneficiará.