Renegar del pasado

Continúo mi serie de artículos estivales sobre comportamiento humano abordando cómo las personas nos relacionamos con los acontecimientos pasados. Esto determinará cómo vivimos el presente y cómo encaramos el futuro.

Supongamos que ha sucedido algo que no deseábamos. Tenemos dos posibles actitudes, renegar de lo acaecido, arrepentirnos, rebelarnos, enfadarnos con lo sucedido o conseguir que nos afecte lo menos posible, aceptarlo con rapidez y hacer mesa zanja, cruz y raya. Pero también existen dos tipos de pasado. El más reciente y el más remoto. Y no siempre tenemos la misma actitud hacia uno y otro.

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Por ejemplo, yo tiendo a ser perfeccionista, por lo que cuando me equivoco de calle, o temprano o me sale mal un plato cocinado, me enfado y me indigno más de la cuenta. Me pongo de mal humor, me critico a mí mismo con excesiva crudeza, tengo más intolerancia por mis errores que por los de los demás. Y me pongo a analizar dónde he fallado, en qué punto cometí el error, dónde se torció el asunto. No me gusta ser así. Y me esfuerzo cada día por cambiarlo. No es fácil porque el carácter adquirido con los años requiere mucho esfuerzo para moldearlo. Este renegar del pasado reciente tiene un punto a favor: suelo mejorar en las cosas que hago. Pero tiene otro en su contra: tanta exigencia no es buena para el estrés y no ayuda a vivir más relajado.

Luego está la relación con el pasado más lejano. Esa relación personal que no logró funcionar bien. Ese proyecto que no gustó. Ese lugar de trabajo en el que durante años estuviste mal. Unos estudios mal elegidos. Una educación de los hijos que uno desearía haber hecho de forma distinta. En mi caso, a diferencia del error reciente, no reniego del pasado lejano. Soy perfeccionista en el día a día, pero entiendo que las vivencias más determinantes de la vida fueron vividas en base a una serie de circunstancias que me hicieron actuar de tal modo. Y, probablemente, en ese momento y en ese lugar, con esa edad y aquellos conocimientos, repetiría la decisión. Nunca me arrepiento de las vivencias y relaciones pasadas, incluso aunque hayan salido mal, por mucho tiempo que duraran. Hacerlo tiende a anclarnos en la culpa y nos ciega a vivir plenamente el presente.

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Me dijo un maestro muy sabio que tuve que la mente es capaz de arruinarte la vida pensando en una posibilidad que nunca existió. Hay que descargarse de esa culpa para pensar bien y estar tranquilo.