De repente nada es urgente

¿Dónde estabas tú? Yo estaba en un hotel, sin teléfono, haciendo un curso de viticultura, y de repente la recepcionista nos ha dicho que "fuera" no había luz. Pero que en Andorra y en Alemania tampoco (luego supimos que las informaciones falsas habían corrido muy rápido). Yo tenía que enviar el artículo, lo tenía escrito y había que retocarlo. Pero ese artículo, un artículo sobre vete a saber qué, ha quedado del todo obsoleto. ¿De qué hablaba? ¿De la vida normal? Si puedo llamar, pienso, haré como los de antes, como Josep Pla, que dictaba. Pero no, no hay luz. Salimos a comer, sin embargo, claro, los restaurantes no tienen cocina, ni datáfono, y nosotros no tenemos dinero en metálico. Uno de los alumnos tiene su hija en la escuela, lejos de Barcelona. El otro –trabaja en El Celler de Can Roca– debía tomar un AVE para volver a Girona. ¿Debe ir el tren? No tengo billete de metro. Yo te traigo, si consigo comunicarme con mi familia. Habíamos quedado.

De repente, todas las cosas urgentes, las que no podían esperar nada, se esperan. La gestión del tiempo cambia de repente. El camarero del restaurante nos dice que ya se lo pagaremos mañana. No podemos tomar taxis, y el generador del hotel se acabará. La comida que congelamos se estropeará. Estamos incomunicados como antes, como cuando no sabíamos nada de las personas que amamos durante todo el día, no como ahora. ¿Qué estarán haciendo?

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"¿No sabe qué ha pasado?", nos preguntan los recepcionistas del hotel. "No, no lo sabemos". Y nos cuentan que no, que no hay luz, que nosotros tenemos pero nadie más. ¿Y los hospitales? ¿Y todo lo que tenía que ocurrir y no ha pasado? Las citas, los compromisos, los whatsapps y los bizumas. Los e-mails urgentes, que entran de repente, ya son de otra época. Nos sentimos vivos, de repente somos una tribu.