Lo que revela el caso 'Esas latinas'
La polémica a raíz de la representación teatral Esas latinas en el Ayuntamiento de Barcelona ha evidenciado la complejidad de la convivencia lingüística y la discriminación en Cataluña. Más allá del debate sobre los límites del humor y la libertad artística, este episodio ha puesto de manifiesto las profundas tensiones existentes en torno a la lengua, la integración y el racismo estructural. En un contexto social marcado por la frustración colectiva posterior al proceso independentista, cualquier cuestión relacionada con la lengua se convierte fácilmente en un campo de batalla simbólico, reflejando una sensibilidad creciente en la sociedad catalana. En la obra, presentada durante el acto del Observatorio de las Discriminaciones de Barcelona, le han acusado de catalanofobia algunos sectores, mientras que otros la defienden como una crítica necesaria a determinadas actitudes excluyentes.
En una nación minorizada como Cataluña, es legítimo pedir que las personas migradas y alterizadas aprendan el catalán para favorecer las relaciones sociales. Sin embargo, esta demanda sólo es justa si se tiene en cuenta la realidad material y las dinámicas de exclusión que viven estas personas. El problema no sólo radica en la necesidad de la lengua, sino también en las condiciones de las personas que deben aprenderla y en la forma en que se exige: cuando la demanda se hace desde la prepotencia o la exclusión, deja de ser una herramienta de integración y se convierte en una forma más de discriminación dentro de un contexto de racismo estructural. Es necesario, pues, distinguir entre la legítima promoción del catalán y las actitudes discriminatorias que pueden acompañar su exigencia.
Los datos del Observatorio muestran que la gran mayoría de denuncias por discriminación lingüística en Barcelona –hasta el 99%– corresponden a casos en los que las personas han sido discriminadas por hablar en catalán. Estas situaciones se dan sobre todo cuando los afectados utilizan el catalán en servicios sanitarios o cuando se dirigen a funcionarios públicos. Sin embargo, muchas personas migradas y alterizadas viven también obstáculos para la demanda de conocimiento del catalán, lo que puede dificultar su incorporación social y laboral en las primeras etapas de la acomodación. Esta doble realidad exige una mirada matizada: la defensa de los derechos de los catalanohablantes no puede invisibilizar las dificultades de acceso al catalán para quien llega de fuera, pero tampoco puede permitirse que la lengua propia sea marginada o menospreciada en espacios públicos.
El debate lingüístico no puede desligarse del racismo estructural que afecta a muchas personas migradas y alterizadas en Cataluña. Según datos recientes, casi una cuarta parte de las discriminaciones racistas se producen en el acceso a derechos sociales. Estas personas suelen sufrir segregación escolar, residencial y laboral, con condiciones materiales precarias y una representación pública degradada. Más allá de la polémica por el espectáculo Esas latinas, la denuncia sobre el racismo debería poner el foco en el hecho de que la política catalana no garantiza las condiciones necesarias para que se produzcan procesos reales de socialización en catalán, ni siquiera dentro del ámbito escolar. favorece que el catalán sea el idioma vehicular y dificulta la construcción de un proyecto común.
El catalán debe ser la lengua vehicular de la enseñanza y la vida pública, pero para que cumpla un papel realmente integrador se necesitan políticas públicas efectivas que faciliten tanto el aprendizaje como el uso social de la lengua. A la falta de políticas lingüísticas valientes e inclusivas de la Generalitat que tengan en cuenta la realidad material de la población migrada y alterizada, cabe añadir otra complejidad: la relación de los catalanohablantes con su lengua es plural y cambiante. Mientras algunos la defienden activamente, otros la han incorporado como propia a lo largo del tiempo, y muchos adaptan el uso lingüístico según el contexto o la persona con la que hablan.
La polémica en torno aEsas latinas pone de manifiesto la urgencia de un debate sereno y maduro sobre la lengua, la integración y la discriminación en Cataluña. Ni la hipersensibilidad ni la simplificación de los conflictos aportan soluciones reales. El país necesita políticas valientes, diálogo sincero y un compromiso colectivo para convertir el catalán en una herramienta de convivencia, no en una barrera, y para combatir el racismo estructural que todavía divide a la sociedad. Sólo así podrá construirse un proyecto común fundamentado en la justicia social.