Los rumores sobre los rumores

Cuando en un contexto político alguien recibe una crítica basada en supuestos rumores, existen dos posibles reacciones. La primera consiste en defenderse de forma argumentalmente lícita, es decir, aportando pruebas que la neutralicen. La segunda, en cambio, pasa por cuestionar o negar la acusación. Un caso real y bastante reciente: alguien afirmó que un político había hecho constar en el currículo un título académico que en realidad era falsificado, y gracias a ello accedió a una posición profesional que no le correspondía. La respuesta más clara y honesta parecía obvia: aportar dicho documento, o admitir que no existía. El resto de acciones para desmentir lo que alguien ha dicho –incluido, en este caso, un supuesto intento de suicidio– no tienen ningún valor, por muy espectaculares o incluso dramáticas que sean. Hay otra vieja forma de neutralizar las críticas: haciendo uso de falacias, sean primarias y previsibles o bien más sofisticadas. Una de las más habituales es el infantil tu quoque (en latín, "tú también"): "¿Nosotros somos corruptos? ¿Y ustedes qué, eh? Acaso no se acuerdan, del caso tal y tal..." Otra muy vista es la acusación ad hominem, es decir, que no tiene en cuenta el contenido de la crítica sino que se abalanza contra quien la ha hecho efectiva, y de este modo cree esquivarla. La lista sería muy larga y varía según las tendencias. Por ejemplo, durante años estuvo de moda lo que se conoce irónicamente como reductio ad hitlerum (la expresión la acuñó Leo Strauss, por cierto). Consiste en criticar un hecho simplemente porque Hitler lo defendió o practicó. "Hitler era vegetariano, abstemio y no fumador; por lo tanto..."

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En los últimos tiempos se ha normalizado defenderse de las críticas ubicándolas de forma arbitraria y selectiva en la esfera de los rumores maliciosos, de las fake news, de la desinformación, etc. Los comentarios que nos parecen favorables, en cambio, siempre provienen de fuentes rigurosas y honestas. Pues qué bien, ¿verdad? En el caso de determinadas cuestiones consideradas sensibles, esta actitud puede llegar a extremos que rozan la comicidad. Hay algunos programas de TVE o La Sexta donde cualquier comentario referido al gobierno de Pedro Sánchez se analiza desde esta clave. Se generan así rumores sobre los rumores: los buenos provienen del periodismo de verdad, de gente como es debido, mientras que los malos siempre son fruto –siempre, siempre– de "los bulos de la extrema derecha". Esta dinámica se ha estandarizado hasta el punto de condicionar la escaleta de ciertos programas, intervenciones de los tertulianos incluidas. Con su permiso, a esta falacia informativa le llamaré argumentum carrarensis, en honor a la gran Raffaella Carrà (1943-2021) y a su éxito de 1974 Rumore. Los más viejos del grupo seguro que se acuerdan: "Rumore, rumore. / Non mi siento sicura, sicura, sicura mai..." ¿Desmentir solo rumores escogidos, de conveniencia, puede generar nuevos rumores? Por supuesto. Cuando alguien desmiente un rumor, a menudo lo hace aportando –mejor dicho, colando– la versión alternativa de los hechos que mejor le va. Para que no crean que estamos hablando de abstracciones, quisiera evocar un debate surgido a raíz de los hechos gravísimos de Torre Pacheco. En este caso, la mayoría de "los bulos de la extrema derecha" eran tóxicos: los expandieron a raudales, y con ganas de hacer daño. No todo eran rumores ni fake news, sin embargo. Recuerdo al menos dos debates muy subidos de tono, uno en un contexto español y otro catalán, donde se discutía acaloradamente la composición demográfica de la población reclusa en relación a la población en general. Unos pretendían inculpar a un colectivo a base de generalizaciones abusivas, mientras que otros los querían exculpar haciendo uso del argumentum carrarensis. En el caso de Catalunya, sin embargo, los datos numéricos aportados por el Idescat, expresados en frecuencias absolutas y sin hacer juegos de manos porcentuales, son los que son. Entiendo que para algunos resulten extremadamente incómodos, pero por desgracia no hay otros.

La sección Población penitenciaria por nacionalidad y áreas geográficas de procedencia de la web del Idescat debe contextualizarse correctamente y, por encima de todo, no debe emplearse como un arma arrojadiza para hacer afirmaciones maliciosas que a veces solo son muestras de racismo encubierto. Pero tampoco debe ocultarse púdicamente para tratar de apuntalar la falacia del argumentum carrarensis. Esto no solo no sirve de nada, sino que al final tiene un efecto contraproducente. Los rumores y las noticias falsas deben combatirse con pruebas y noticias verdaderas, no con periodismo ideológico guay.