De bereberes y germánicos

Vox gana votos planteando el enfrentamiento entre España y Catalunya como una lucha a muerte

Santiago Alba Rico
y Santiago Alba Rico

Jose Antonio Primo de Rivera fue fusilado varias veces, una por los republicanos y algunas más por los franquistas, de tal manera que nadie se atreve a leerlo y menos a citarlo. Yo voy a hacerlo. Era un brillante escritor que atinaba con las palabras y que escogió, de manera consciente y sin ambages, la defensa de una España que no es la mía y que -aún más- amenaza la mía. En agosto de 1936 Jose Antonio escribió un texto muy certero de título “Germánicos contra bereberes” en el que, a contracorriente de la historia dominante, cuestiona el concepto de Reconquista a partir de dos evidencias: 1) la de que no hubo una conquista “árabe” de España sino una aceptación pacífica de la presencia “berebere” por parte de una población que juzgaba menos extranjeros a los musulmanes norteafricanos que a los godos cristianos, y 2) la de que Don Pelayo y sus colegas formaron parte, en realidad, de una operación germánica europea de dominio de la península ibérica. “La Reconquista no es”, escribe José Antonio, “una empresa popular española contra una invasión extranjera; es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran raza -los árabes- y una minoría aria de gran raza -los godos-”, pugna en la que “bereberes y aborígenes” se sentían más cómodos, en buena parte del territorio, “con los sarracenos”.

José Antonio aborda esta cuestión tras haber abordado algo así como la psicología del “pueblo español”, que se ha vivido siempre a sí mismo -dice- como un sustrato pasivo, alcanzado desde fuera por sucesivas invasiones y siempre identificado con los “invadidos” y los “perdedores”: Viriato, Sertorio, Numancia. José Antonio, pues, hace dos cosas, una certera y otra, de entrada, bonita. La certera es contar la historia como la contaría un buen historiador, frente al revisionismo islamófobo al uso; la bonita es localizar en el “pueblo” esta ternura por los perdedores, con la que yo -sentimental fatalismo de izquierdas- también me identifico. Ahora bien, José Antonio, que no se engaña sobre la Reconquista, que se atreve a llamarla “nueva conquista germánica”, no aprecia a los “bereberes”, a los que considera un obstáculo, y enseguida reclama su derecho a tomar partido por los vencedores: por todos esos vencedores -romanos o germánicos- que incorporaron España “a una nueva forma de cultura y de existencia”. Frente al indolente “pueblo berebere”, tenemos derecho, dice, a sentir la patria como íntimamente nuestra en calidad de 'ganadores', porque la hemos 'ganado'; y así, frente a los conquistados que consideran la patria “razón de tierra”, “ineptos para las grandes obras de cultura”, están los conquistadores que la consideran “razón de destino”.

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A los primeros, a los que defienden vínculos terrestres, José Antonio los llama “bereberes” y se los reconoce por su “existencia primitiva, indiferenciada, antijerárquica”; son, sobre todo, andaluces y de izquierdas (de Larra a Azaña). A los que defienden, en cambio, una “unidad de destino en lo universal” los llama “germánicos”, mentes disciplinadas, jerárquicas y orientadas a la universalidad. Por eso, al contrario que en Inglaterra, en España coexisten dos “pueblos” que nunca llegaron a fundirse y que siguen combatiéndose. Por eso José Antonio, dicho sea de paso, no puede entender los pujos independentistas e izquierdistas de los catalanes, cuyo origen es tan “germánico” como el de los leoneses o los castellanos. Y por eso, en vísperas de la guerra civil, describe la República española como una “nueva invasión berebere” en la que -dice el fundador de Falange- “lo que va a ser vencido es el resto germánico que aún nos ligaba con Europa”.

No ha cambiado mucho España, como parecen confirmarlo los resultados electorales. Un poco menos inteligente que José Antonio (y menos letrada), la derecha española asienta hoy su visión nacional y de clase en un “derecho de conquista”; y su peculiar europeísmo (fijémonos en el eslogan del PP: “contra el populismo y el nacionalismo, Europa”) en este combate germánico, ahora neoliberal y financiero, contra los “bereberes”. El “resto germánico” que amenazaba la República no resultó vencido sino vencedor y el vínculo periférico de nuestras élites con la economía alemana -lo que ellas llaman España- sigue erosionando hoy “la línea berebere”, un fondo de resistencia terrestre que, en ausencia de una izquierda sensata, puede ser movilizado por cualquiera. De hecho, el éxito de Vox, completamente germánico en su programa económico, tiene que ver con la explotación de una falsa “línea berebere”, frente al feminismo, el nacionalismo y la inmigración, en su discurso político. Mientras que PP y C's juegan la baza germánica, Vox gana votos planteando el enfrentamiento entre España y Catalunya como una lucha a muerte -de ahí la Reconquista- entre dos “bereberismos” irreconciliables: uno cristiano -digamos- y otro musulmán. Paradójicamente Casado y Arrimadas son, en Catalunya, más joseantonianos que Abascal.

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La pregunta al final es: el procesismo en Catalunya, ¿es un bereberismo o un germanismo? El conflicto catalán, ¿es un conflicto entre bereberes y germánicos o entre dos fuerzas germánicas? Y si fuera esto último, ¿dónde están los bereberes? Ni España ni Catalunya son “unidades de destino en lo universal”. Nada es Uno; todo es Vario. Mucho me temo que tienen razón quienes sostienen que en Catalunya una demanda popular “berebere” acabó siendo gestionada por élites germánicas, enfrentadas a las élites germánicas del Estado como se enfrentaban los “reinos godos” entre sí en el marco de la “Reconquista”. De lo que se trata ahora, contra José Antonio y sus herederos, es de impedir que los “bereberes” de ambos lados caigan en manos de sus élites “germánicas” enfrentadas. Y para eso eso hace falta que la izquierda, sí, vuelva a ser “berebere”.