La selección española y el autoengaño

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El mura que ha pintado TV Boy en barcelona, cerca de las Glories

¿Con España o con Inglaterra? ¿Con ninguna de las dos? Los catalanes Lamine Yamal y Dani Olmo y el euskera Iñaki Williams son los emblemas de la selección española de fútbol que ha llegado a la final de la Eurocopa. Hay más catalanes y vascos decisivos en ese combinado. Han jugado bien, han ilusionado a los aficionados. El fútbol mueve pasiones, que son deportivas y políticas. Pese a su mala fama, pese al populismo antipolítico, todo es política; también hacen quienes pasan o la menosprecian. Un gol es política. En especial, el de una selección nacional.

Cuando alguien dice que el deporte no es política, a muchos boomers nos viene a la cabeza la ocurrencia cínica de Franco: “Haga usted como yo y no se meta en política”. En 1974, ahora cumple 50 años, aún con el dictador vivo, el Barça de Cruyff goleó 0-5 al Madrid en el Bernabéu y Catalunya lo celebró como una victoria. El equipo que era más que un club (no teníamos ni tenemos selección catalana) derrotaba al equipo del régimen dictatorial. El Barça representaba entonces el catalanismo popular transversal. ¿Aún ahora? En ese momento, Francisco Umbral escribió que “la gente está dolorida por el palizón, pero los más clarividentes ya empiezan a ver que puede ser positivo por cuanto permite que se desahoguen un poco las rabietas periféricas contra el centralismo”. El independentismo aún lo ven como una rabieta.

Otegi ya dijo el otro día, antes de la semifinal, que no iba ni con España ni con Francia, los dos estados que impiden que haya una selección vasca (y catalana). Como yo, muchos vimos el partido pensando que si ganaban, sería gracias a catalanes y vascos, y así podríamos alegrarnos; y si perdían, perdería España y nos ahorraríamos más dosis de nacionalismo patriotero. Es una forma cualquiera de autoengaño pragmático.

Lamine Yamal, Olmo y Williams. Dos catalanes y un vasco. O, como diría Paco Candel, dos "nuevos catalanes" y un nuevo vasco. El primero y el último, hijos de la inmigración global, ésta que demonizan Vox, PP y Orriols. Olmo nació en Terrassa en una familia venida de las Españas, se formó en la cantera del Barça y ha jugado en Croacia y Alemania. Vete a saber de dónde se siente y dónde acabará arraigando. Lamine Yamal ha crecido en los barrios de la inmigración de Mataró y Granollers, hijo de padre marroquí y madre de Guinea Ecuatorial, colonia española hasta 1968. Llegó al Barça con 7 años procedente del club La Torreta de Granollers. Este sábado cumple 17 años. Gracias a la inmersión, tanto uno como otro saben y hablan el catalán, pero no mucho (nota al margen: Messi nunca lo ha hablado). Así están las cosas.

Los padres de Williams, ghaneses, llegaron a la Península en 1994 huyendo de la miseria. Cruzaron el desierto del Sáhara a través de Burkina Faso, Malí y Argelia: 5.000 kilómetros. A las puertas de Europa, saltaron la valla de Melilla y fueron detenidos. Un abogado de Cáritas les recomendó que dijeran que venían de un país en guerra, Liberia, y solicitaran asilo político. Pudieron quedarse. Nico y su hermano Iñaki (el nombre le recibió en agradecimiento de sus padres al cura que les ayudó al principio, Iñaki Mardones) han nacido y crecido en Pamplona y Bilbao y son iconos del Athletic. Iñaki juega con Ghana y Nico con España. Y seguramente sobre todo se sienten vascos, pero no se han lanzado a hablar euskera.

La composición de la selección española representa la diversidad que tanto le cuesta digerir a la política española. Si, como ocurre en Reino Unido, España se aceptara tal y como es, con sus lenguas e identidades diversas, habría al menos tres selecciones. Y en todas ellas jugarían chicos y chicas de orígenes globales. Estamos lejos de esto. Ni Lamine Yamal, ni Dani Olmo, ni Nico Williams hablan de política, pero su mera existencia es un mensaje político a favor de la inmigración y la pluralidad. Mbappé sí lo ha hablado, y ha contribuido a la derrota de la Francia xenófoba.

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