Sijena: pinturas medievales y resistencia nacional
Comparar el caso del arte de Sijena con el de Taüll nos ayuda a entender lo que es una nación. En ambas situaciones, pinturas murales que adornaban las paredes de iglesias pirenaicas a principios del siglo XX fueron arrancadas con la técnica delstrappo y llevadas a un museo para salvaguardarlas. A diferencia de los tesoros del British Museum o del Louvre que provienen de antiguas colonias expoliadas, aquí todo se habría perdido de no ser por las instituciones catalanas. Pero ahora Aragón exige que las pinturas devuelvan a pesar del riesgo de daños irreparables, mientras que los habitantes del valle de Taüll están perfectamente contentos con el juego que se establece entre las réplicas que tienen en sus iglesias y la exposición de las salas del Románico del MNAC (donde, por cierto, tienen entrada gratuita). ¿Por qué nadie de Taüll pide el regreso de los originales?
No quisiera gastar la página para explicar lo que todos sabemos, que es que España es un estado constitutivamente anticatalán, incluida una comunidad como Aragón, donde el PSOE ha tenido treinta años de gobierno para hacer la famosa pedagogía plurinacional. En su lugar, aprovecho esta nueva derrota para hablar un poco de la relevancia del MNAC en la Cataluña contemporánea, y cómo una relación de confianza nacional ayuda a trascender el cliché según el cual las obras de arte sólo tienen sentido en su lugar original y multiplica el potencial emancipador del patrimonio.
El museo es la institución que permite a los estados modernos definir su identidad. Como explica el filósofo Boris Groys, cuando dejamos de creer que todo está garantizado por Dios, no tenemos más remedio que fundamentar nuestra esencia con actuaciones materiales y públicamente observables. En el pasado la identidad era algo del espíritu que quedaba en manos de los mitos orales y la memoria infalible de los dioses, pero con la secularización la única forma que tenemos para definir lo que somos es dedicar recursos públicos a conservar los libros, monumentos y obras de arte del pasado. Si tú miras dentro de ti buscando el contenido de la catalanor, no encontrarás más que referencias a historias que te han llegado gracias a que se encuentran en archivos como el del MNAC (para los nativos digitales: sí, internet es un tipo de archivo).
Ahora bien, la gracia de los archivos de hoy es que no paran quietos. Aunque los clásicos se mantienen bien protagonistas, los museos (o los grandes monumentos museizados, como los de Gaudí o el monasterio de Montserrat) cada vez promueven más exposiciones temporales, reordenan sus colecciones, incorporan obras recientes, cambian los discursos, estudian el pasado desde nuevas perspectivas, alojan actos videomapings, ceden el espacio a artistas contemporáneos para que realicen intervenciones, etcétera. Es el mismo juego que se establece entre las editoriales y las bibliotecas: cada nuevo libro dialoga con el pasado conservado y cuestiona el relato oficial de algún modo y, finalmente, las mejores críticas acaban incorporadas en el archivo colectivo, fortaleciéndolo.
Esta vitalidad de los archivos es el resultado del proyecto emancipador de la modernidad tal y como se expresa en la cultura. La idea es que, sin archivos, estaríamos tan enganchados a los dictados de los poderosos y sus medios de propaganda que, como siervos analfabetos, no tendríamos ningún margen para comparar el presente con otras realidades, tomar distancia crítica e imaginar otro mundo por el que luchar. Cuando un pueblo no tiene memoria, o cuando sólo lo almacena sin ponerla en diálogo con el presente, está indefenso. Y al revés: Picasso pudo innovar radicalmente porque pocos meses antes de realizar su primera pintura cubista estaba viendo las tallas románicas del MNAC. Más que de ningún contenido concreto de la historia, nuestra identidad depende de la capacidad de contar esta historia y discutirla entre todos.
La gracia del caso de Taüll es que la confianza recíproca entre los habitantes del valle y el MNAC permite ir más allá de la lucha de suma cero por la propiedad y recoger las ganancias de esta forma de conservar moderna. En el contexto del museo barcelonés, el arte de Taüll no sólo está mejor protegido, sino que la institución utiliza su tamaño para hacerlo accesible a mucha más gente y mantenerlo vivo justo donde hay mayor poder y donde se mantienen las conversaciones públicas más determinantes. Al mismo tiempo, las réplicas del valle de Taüll permiten contar las historias en su sitio propio sin ningún problema. Contra la idea del original por el original, la verdadera fuerza del arte en la modernidad no depende de ninguna propiedad trascendental de las obras, sino de las historias que somos capaces de contar con ellas.
Con todo esto también podemos entender que si los museos de Madrid, que tienen cientos de veces más presupuesto que los catalanes, están rellenos de obras de maestros catalanes que ya las querríamos en museos de aquí, o pueden guardar piezas como el Guernica sin que nadie las reclame, es porque tener archivos nutridos y fuertes no es ninguna tontería. En una nación libre, la cultura da un inmenso poder para contarte y reinventarte cuándo y cómo quieras, mientras que en una comunidad subyugada y pacificada ese poder se va reduciendo poco a poco.