La Sociedad Secreta Contra el Robot
En la entrada de la tercera planta de la Dirección General de Tráfico hay una pantalla táctil, y los parroquianos que van entrando se acercan, para tomar el turno. Al lado de la pantalla, por si acaso, hay un señor que da las indicaciones. “Ponga aquí su número de DNI”, dice, invariablemente a todo el mundo, mientras señala un recuadro de color verde. Y los usuarios, obedientes, se lo ponen. Algunos vacilan y se agobian, pero la mayoría lo hace de esma. Entonces, claro, aparece en la pantalla el número de cita y el señor dice: “Clique “imprimir””. Pero a menudo lo hace él mismo mientras habla. En el supermercado también existe la posibilidad de no pasar por caja y hacerte tú mismo la cuenta. También hay alguien que te ayuda porque a menudo la máquina no detecta el código de barras de algún producto.
Alguien puede pensar que no hace falta que haya nadie explicando nada, que el funcionamiento de las máquinas es fácil. Pero algunos de nosotros tenemos una sociedad secreta: la Sociedad Secreta Contra Robot. Sabemos que si este señor hace muy bien su trabajo humano –enseñar a hacer funcionar la máquina– un día será prescindible y le sustituirán. No falta mucho para eso. ¿Tiene derecho a ser negligente para conservar su puesto de trabajo? Quizás no. Pero los de la SSCR podemos hacer ver que necesitamos ayuda para que lo conserve.
Saco el número y me dice: “Su turno saldrá por las pantallas. Procure sentarse en algún sitio donde pueda verlo”. Hay dos pantallas en las que aparecen los números. Las sillas, pegadas al suelo, están justamente orientadas de forma que siempre veas una u otra. Sólo cabría la posibilidad de ponerse detrás de la gran columna que preside la sala, como quien jugara a pica pared, para no verlas. Es lo que hago. Tendrá que venir a buscarme.