Un cine lleno durante la primera semana de proyección de 'Alcarràs', el film de Carla Simón que ganó el Oso de Oro a la Berlinale.
05/05/2022
3 min

La decisión de algunos cines catalanes de proyectar con subtítulos en castellano Alcarràs, la cinta de Carla Simón ganadora del Oso de Oro en la Berlinale, ha levantado mucha polvareda en las redes sociales. Joel Joan la calificó de “humillación” y de “aberración”; otros tuiteros criticaron que nadie subtitularía en catalán una película rodada en castellano, y algunos incluso replicaron que, si el problema era la nitidez del sonido directo, entonces había suficiente con subtitularla en catalán. 

El doblaje en castellano de Alcarràs no ha sido menos polémico: normalmente, una película como Alcarràs no se proyectaría en castellano en unos multicines comerciales, y quizás no es disparatado intuir que la alta demanda de la película en todo el Estado, así como la exigencia de algunas salas de tenerla en castellano, responde, en parte, a la voluntad de reivindicarla como española, disolviendo la idiosincrasia tan genuinamente catalana de la propuesta; un tira y afloja que ya se percibió cuando la cinta obtuvo el preciado galardón en Berlín. Aun así, si la película, como digo, no viniera avalada por este premio, lo más probable es que Alcarràs se hubiera limitado al circuito más independiente, talmente como pasó en su momento con la maravillosa Verano 1993, que solo se dobló cuando fue seleccionada para representar a España en los Óscar. 

La propuesta lingüística de Alcarràs no puede ser más incompatible con la decisión de anular los matices dialectales que aparecen en el film, y que se verán inevitablemente castrados al doblarlos en castellano. En este sentido, recuerdo que con 15 años vi doblada Bienvenidos al norte (Dany Boon, 2008) y que la odié hasta que recuperé casualmente la versión original al cabo de un tiempo: la cinta quería mostrar los choques lingüísticos y culturales entre dos regiones de Francia, y la solución que el doblaje encontró para reproducirlos en castellano fue que la gente del norte hablara como si tuviera un huevo dentro de la boca o un ictus, provocando un efecto esperpéntico, grotesco, ofensivo.

Alcarràs, de entrada, me parece una de estas películas que el espectador, sea de donde sea, tendría que querer ver en catalán, es decir, en la versión original que le corresponde, y con subtítulos, si hace falta. No tiene sentido culpar a Carla Simón de la decisión de los cines de adquirirla con subtítulos o sin, y con subtítulos en inglés o en castellano. Y si bien es cierto que el problema de la nitidez del sonido directo no es exclusivo de este film, como pretexto para justificar los subtítulos en nuestro territorio me parece flojito, porque esto implicaría que las películas argentinas, españolas, colombianas o chilenas, por ejemplo, también tendrían que estrenarse subtituladas en todo el Estado, y no es el caso. Antes explicaba que algunas personas sugirieron que, si el problema era el sonido directo, se optara por los subtítulos en catalán, pero esta elección nos tendría que obligar a poner el foco en otro tema que experimentamos a menudo los catalanoparlantes que no hablamos la variedad central, y es el desconocimiento flagrante, a menudo empapado de condescendencia, paternalismo o caricatura, con que nos encontramos en Catalunya cuando empleamos algunas palabras o construcciones gramaticales propias. De hecho, si bien no me gusta la idea de unos subtítulos en castellano, me hace sufrir imaginarme unos subtítulos en catalán que, para enfatizar el exotismo del habla de Alcarràs, obviasen completamente la norma, en la línea de lo que ha pasado cuando algunos medios catalanes han optado, sin ninguna mala intención, por transcribir fonéticamente las entrevistas a algunas personalidades baleares, escribiendo "ets amics" (para decir "els amics") o "a nes meu germà" (para decir "al meu germà"), como si cualquier variedad ajena al área metropolitana de Barcelona fuera de un exotismo irreconciliable con el diccionario. 

Aparte, pues, de criticar la elección del castellano para los subtítulos, quizás hay que hacer un ejercicio de honestidad y valorar si, en general, todo el mundo entiende la totalidad de lo que se dice en Alcarràs sin un auxilio subtitulado, sea en el idioma que sea. Habiendo individuos que se enorgullecen de apreciar los matices del inglés de Belfast, Londres y Wisconsin en la ficción y que, en cambio, piden desacomplejadamente que le repitan la pregunta cuando la hace alguien de ses Illes o de la Franja, hay que preguntarse si los subtítulos de Alcarràs tienen una función que quizás no habría desaparecido del todo con un sonido directo más depurado. Porque es evidente que los subtítulos en castellano son molestos y dan rabia, pero me pregunto si, además de los espectadores que no hablan catalán, también los han leído los espectadores que no saben ir más allá del catalán que ellos hablan.

Laura Gost es escritora
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