El sueño de Alfonso Guerra

Esta semana se han cumplido 40 años del intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero. Su recuerdo se ha querido usar para intentar revivir la memoria de Juan Carlos I como salvador de la democracia, a pesar de que paradójicamente el rey emérito debe de haber vivido la efeméride bajo el paraguas de la dictadura de los Emiratos Árabes, donde se refugia por miedo a tener que rendir cuentas por sus negocios turbios. Pero el legado más inmediato de ese golpe de estado fue un cierre de filas que se materializó con la aprobación de la Loapa, en 1982, que permitiría hacer una aplicación centralizadora del estado autonómico.

En ese contexto, y dentro de la misma lógica de involución autonómica para desdibujar cualquier pretensión de presentar al estado español como plurinacional, con el acuerdo de la UCD y del PSOE, se aprobó una reforma del reglamento del Congreso de Diputados que borraba del mapa el grupo parlamentario propio que los socialistas catalanes habían tenido en el Parlamento español entre el 1977 y el 1982. Detrás de esta maniobra estaba la sombra alargada de Alfonso Guerra, que desde siempre, junto con otra gente de dentro y de fuera de Catalunya, había querido convertir al PSC en la federación catalana del PSOE. 

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Durante tres décadas, y quizás de manera más intensa durante el liderazgo de Pasqual Maragall, la idea de recuperar el grupo propio en Madrid había sido un debate recurrente, que nunca tuvo ninguna opción de prosperar. La realidad ha sido que, en el Congreso de los Diputados, el PSC se somete a la disciplina de voto del PSOE, cosa que todavía quedó más blindada con la actualización del protocolo de relaciones que firmaron en 2017. Hoy esta idea ha pasado definitivamente a la historia. El objetivo de la dirección de los socialistas catalanes no es diferenciarse del PSOE sino confundirse dentro del PSOE. Hace unos años, una parte del PSC luchaba por tener voz propia, pero ahora la batalla se limita a una pugna entre barones para retener cuatro sillas dentro de la ejecutiva federal del PSOE.

En los últimos diez años, a remolque del intenso debate que se ha producido en Catalunya sobre su futuro político y ante la reacción del Estado para reprimir unas aspiraciones legítimas, el PSC ha ido perdiendo buena parte de los acentos que originalmente confluyeron para representar a una parte central de la gente progresista y de izquierdas. La lista de bajas de su sector catalanista es interminable y una buena parte han ayudado a hacer grande el espacio que hoy representa Esquerra Republicana de Catalunya.

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Mientras esto pasaba, no faltaron las voces que reclamaban la necesidad de neutralizar al PSC con el nacimiento de la federación catalana del PSOE, cortando de raíz cualquier complicidad con los planteamientos soberanistas. El exalcalde de Sabadell Manuel Bustos incluso estuvo tentado de encabezarla.

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Pero lo que definitivamente ha enterrado el alma catalanista del PSC ha sido la última etapa, protagonizada por Miquel Iceta y Salvador Illa. Después de las reiteradas derrotas electorales en las sucesivas elecciones catalanas, todas las energías se han canalizado en seducir a los votantes que en 2017 optaron por el discurso más agresivo e intransigente contra el soberanismo catalán que hacía Ciudadanos. De manera desacomplejada, Salvador Illa ha hecho suyo el discurso del PSOE sobre Catalunya, presentándose como el antídoto al independentismo y prometiendo "pasar página", sin plantear ninguna otra propuesta que un tipo de amnesia colectiva para olvidar que hay más del 50% de catalanes y catalanas que quieren vivir en una república independiente. Con este discurso ha conseguido empatar en diputados con ERC y, por 49.000 votos, ha conseguido una victoria que solo le servirá para ser el líder de la oposición.

Hoy, como nunca antes en los últimos 40 años, el PSC se ha convertido en la federación catalana del PSOE, una especie de franquicia del PSOE. El sueño de Alfonso Guerra, de Juan Carlos Rodríguez Ibarra o de José Bono ya se ha hecho realidad. La primera prioridad del PSC es servir a la causa del PSOE y anteponer los intereses de la Moncloa y de Pedro Sánchez a cualquier otra cosa.

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El momento en el que el PSC renunció a representar la pluralidad de la sociedad catalana y se encuadró en la batalla para retener los votos del bloque llamado constitucionalista, compitiendo para arañar votos de Ciudadanos y para tapar fugas hacia Vox, es el mismo momento en el que se cerró la puerta a formar mayorías más amplias, sabiendo que esta es su contribución para evitar interferencias en el discurso de los socialistas españoles. Solo así se entiende que alguien tan jacobino como Manuel Valls haya acabado votando al PSC, tal como él mismo ha reconocido públicamente.

Carles Mundó es abogado y ex conseller de Justicia