La suerte de seguir aquí
Hace ocho años me apunté a una coral de nueva creación en el Círcol, entidad centenaria de Badalona. Lo hice empujada por la pregunta: ¿por qué ya no canto nunca, tanto que me gustaba?
Asistí a una primera reunión en un local bastante tonto, donde había una decena de personas, como mucho, y una directora de coral joven y enérgica que nos dio el empuje que necesitábamos.
La coral del Círcol empezó su camino y ha ido creciendo y mejorando. Ahora somos más de treinta. La suerte hizo que en este grupo humano —de edades, culturas y talantes diversos— haya ido germinando un rescoldo, una luz, un compañerismo (todas las palabras me parecen tópicas, gastadas y ramplones). No sé cómo deberíamos decir eso que hemos creado. Quizás sería adecuado decir que compartimos una alegría derivada de la alegría de cantar y de cantar juntos, que nos ha ligado de forma intensa, que no esperábamos.
Como todos los seres vivos, la coral ha sufrido algunas tensiones a medida que ha ido haciéndose mayor. La diferencia de edades y gustos musicales se ha hecho notar. Para algunos cantar en inglés es un suplicio, para otros las traducciones de clásicos del rock al catalán son insufribles. Los más atrevidos han querido asumir nuevos retos a cierta velocidad (cantar con una banda de músicos en directo, incorporar movimientos y escenografía), y los más miedosos han tenido que hacer un esfuerzo por no quedarse atrás.
Todo ello se ha hecho siempre con alegría y buen humor. Con delicadeza y generosidad, con paciencia. Siempre hay manos que ayudan a los mayores a bajarse del escenario o corren a buscar una silla que falta. Hemos vivido logros, disgustos, retos y enfermedades particulares como colectivos. Hemos visto nacer a los dos hijos de la directora. Hemos superado una pandemia.
Mientras explico todo esto pienso en la cantidad de gente que me leerá y pensará: yo esto también lo he vivido. En otra coral o en un grupo de teatro o de demonios, o en un club de lectura o en un equipo de baloncesto. ¡Somos un país felizmente asociacionista!
El pasado sábado celebramos el final del curso con un concierto y una cena posterior. La joven directora de la coral —que ya no lo es tanto pero todavía lo es— dijo en voz alta cómo la maravillaba el haber llegado a donde estamos ahora. Poco lo pensaba, decía, sentada a mi lado, que la vida me tuviera reservado ese regalo.
Poco antes, en la previa del concierto, un cantante que es badalonés de Argentina nos agradeció el apoyo y la paciencia porque, por razones de trabajo, había podido venir poco a ensayar. Y entonces añadió que interpretando según qué canciones estaba cogiendo mucho cariño al idioma catalán. Sonreí y pensé: también colabora que otro compañero cantaire le hace de pareja lingüística desde hace meses.
Aunque estábamos en la Rambla, a charlar de gente en aquella noche bochornosa, nos lanzamos a cantar uno de los temas del repertorio: La gente que quiero, de Ocas Grasses. Llegó el momento en que la canción dice: "Somos la suerte de seguir aquí" y justo entonces noté una presión leve en mi hombro.
Txell, sólo recibe regalos inesperados quien también lo hace.