Terricabras por ejemplo
"Los ejemplos son el alimento último del pensamiento". La frase es del filósofo inglés John Wisdom. Al profesor Terricabras le gustaba especialmente. "Los ejemplos son el alimento último del pensamiento". Nos la había dicho en clase y la utilizó en más de una ocasión en sus escritos. Se servía para explicar, por ejemplo, que las ideas, por muy abstractas que sean, siempre remiten a la realidad efectiva, la que todos podemos conocer. Pues bien, en el campo de las relaciones humanas también podríamos decir esto: "Las anécdotas son el alimento último de las relaciones humanas". Yo ahora, al menos, me serviré para dar a entender en qué sentido Terri fue un maestro para muchos de nosotros.
No sé cuántos años hace. Pero yo entonces sería un becario o un profesor asociado de esos que están muy satisfechos de que la universidad les explote tranquilamente con impunidad y alegría. En pocas palabras: era joven. Era joven y trabajaba con el profesor Terricabras. Él me dirigía la tesis y, con frecuencia, me hacía encargos relacionados con la Cátedra Ferrater Mora: ahora haremos esto, ahora haremos aquello; Juan, habla con Ramón de esto; Juan, he tenido una idea, qué te parece si iniciamos lo otro, etcétera. Terri nunca paraba, nunca. Tenía un empujón y una capacidad de trabajo extraordinarias. Puede suponer qué significaba esto, para mí, pobre de mí. Significaba, básicamente, que debía escribir textos. El problema era que a Terri le gustaba supervisarlo todo. Tenía una gran confianza en la gente, cierto. Pero siempre era necesario un visto bueno y el visto bueno lo daba él. La última versión siempre pasaba por sus manos... y, ay, ay, siempre me encontraba algún error: una errata absurda, un despiste mayúsculo, un punto de vista cuestionable, un calificativo mejorable, una frase ambigua, un tono demasiado esponjoso, etcétera. Terri daba una gran importancia a la forma en que decimos las cosas, cómo hablamos, cómo hablamos. Para él no tenía sentido el dilema nefasto y clásico entre forma y contenido: el pensamiento es lenguaje, el lenguaje es pensamiento.
Pues, bueno, eso: me revisaba los textos y siempre, siempre, siempre, indefectiblemente, encontraba algo que enmendar. Un día, harto de que me corrigiera, repasé y repasé el escrito que debía enseñarle. “Esta vez sí –me decía–, esta vez no encontrará nada. Será impoluto, perfecto”. Quería lucirme. Cuando ya estaba segurísimo que estaba bien, me acerqué a su despacho, le pasé la hoja y... ¡patapamos!, no uno, sino dos, tres errores. Tres despistes que me habían pasado por alto. Las señaló con tres garabatos bien llamativos al margen. No supe contenerme. “Ostras, Terri –me le quejé– no sé cómo lo haces. Me lo he mirado más de veinte veces y me ha parecido que estaba bien. Tú le miras un momento y enseguida me encuentras dos errores. Realmente, ¡no sé cómo te lo haces!” Entonces levantó la cabeza, me miró y con una sonrisa sagaz me dijo: “Juan, no lo dudes ni un momento: todo el mundo, absolutamente todo el mundo, siempre se equivoca... ¡ep, empezando por uno mismo!”. He pensado en ello muchas veces. Es verdad: hay que ser exigente con lo que hacen los demás, pero sólo si lo eres también, ante todo, contigo mismo. Me parece una consigna fabulosa por abordar con rigor y sentido crítico cualquier tarea y, sobre todo, es una máxima estupenda para colaborar solidariamente con los demás.
Hace unos años, menos años, en el acto de conmemoración de los 25 años de la creación de la cátedra Ferrater Mora, ahora ya como nuevo director, incorporé la máxima a la que acabo de hacer referencia en lo que entonces llamé –una pequeña broma de origen ferratiano– “Decálogo de la moral de trabajo y de vida que estructura Las formas de la vida terricabriana”. Aparte de ésta, había nueve más. En mi opinión, este decálogo captura algo significativo de la persona y del maestro que ha sido Josep M. Terricabras. He aquí:
- “Sé siempre cuidadoso con el lenguaje, las formas y el trato. La profundidad se ve en la superficie”.
- “Se leal, con tus colaboradores y con las instituciones. Ahora bien, nunca confundas la lealtad con el servilismo o el seguidismo”.
- "Aprende a delegar, confía en las personas que se esfuerzan, da juego". Es en la cooperación y en la colaboración que uno gana más.
- “Rodéate de gente joven y escúchala”. La juventud es la vacuna más eficaz contra el cinismo que tan fácilmente acarreará la universidad y las instituciones.
- “Trata de hacer siempre lo que te gusta, porque así lo harás mejor. Pero si tienes que hacer algo que no te gusta, intenta ver lo bueno que tiene. Posiblemente, te cambie el gusto”.
- “Tener rencor a alguien, aunque te haya hecho alguna vez la zancadilla, es una estupidez como una casa de payés”.
- “Se ambicioso con los objetivos que te marques. Pero también sensato a la hora de emprender una tarea. No eres tan bueno como imaginas, ni podrás hacer todo lo que quieras”.
- “Que lo haga mirar, Aristóteles. La amistad y la verdad no pueden ir separadas”.
- “Adelante, siempre adelante. ¡Corazón!”
Detrás de cada uno de estos principios existe una anécdota, un recuerdo. Una maestría, un ejemplo.