Josep Maria Terricabras era de esas personas que te hacían levantar la cabeza. Tú te levantas a toque de despertador, cumples con tus obligaciones, si acaso susurras algún insulto ante las pantallas por el mal que hay por el mundo y te vas a dormir hasta el día siguiente, impotente, indiferente o aliviado por la tuit que has enviadourbi te orbi.Terricabras, practicante de la afirmación de que la filosofía no es una doctrina sino una actividad, nos invitó a quitarnos las orejeras ya practicar el pensamiento como herramienta de defensa personal.
Saliendo de la pandemia, subrayó que se había insistido mucho en hacer pasteles, aplaudir y hacer ejercicio físico, pero que no se había hablado demasiado de coraje, fortaleza, aceptación o disciplina personal. En Pensar diferente (Comanegra) escribió que “entre los que no están contabilizados oficialmente como pobres –con una libreta en el banco que todavía aguanta– hay quienes son pobrísimos en cultura, en humanidad, ofuscados consigo mismos y sus problemas ridículos” .
Recuerdo la última conversación, el pasado otoño, cuando nos acompañó a la celebración de los 10 años del Comarcas Gerundenses del ARA en el Teatro Municipal de Girona. No perdió la ocasión de hacerme alguna crítica del diario. El contacto con en Terriera tan estimulante y exigente que hablar con él te obligaba a abandonar la conversación con piloto automático.
Terricabras regresó de Bruselas y Estrasburgo subrayando “un punto terrible: parece que Europa sólo aceptara estados independientes después de una guerra”, pero mantenía la esperanza de que algún día Catalunya subiría al tren de la independencia, porque “quien ya ha hecho el cambio mental no irá atrás”. Y sugería "paciencia, coraje y buen humor". Gracias, profesor.