El poder transgresor del 'cohousing'
No es la vivienda, es la amistad. Llegué a esta conclusión cuando, consternada, supe que en Japón algunas personas mayores cometen robos para poder entrar en prisión y evitar la soledad. En la tierra del sol naciente, del honor y la tecnología, no hay miedo mayor que el de envejecer solo. De entrada piensas que el deseo real de ir a prisión es tener comida y cama aseguradas, pero resulta que, cuando estas personas encuentran a alguien que se preocupa por ellas, alguien que las llama por su nombre, que les pregunta cada día cómo están o que las acompaña a pasear, entonces ya no delinquen. Estar solos y no ser queridos por nadie es uno de los sentimientos más dolorosos que puedan imaginarse. En Japón y en Catalunya, donde la soledad avanza como una epidemia silenciosa. No queremos morir solos.
Es sorprendente que no se busquen alternativas, fórmulas de convivir comunitariamente. Podríamos disminuir la pobreza y la soledad con proyectos conjuntos y cooperativos. ¿Por qué en Japón se prefiere cometer robos? ¿Por qué en nuestro país cuesta tanto (una media de 10 años) desarrollar proyectos de covivienda? Lo cierto es que romper con el modelo social en el que una persona ha crecido y se ha desarrollado da mucho miedo. Y, curiosamente, lo que es más poderoso en un modelo de covivienda, donde las personas viven en espacios independientes con salas y servicios comunitarios, es también su punto más transgresor: la ruptura con la tradición, la comunidad, la convivencia.
En el fondo de nuestros corazones está el sueño de envejecer y morir amparados por nuestra familia, en brazos de nuestros hijos e hijas, calentándonos con la traviesa sonrisa de nuestros nietos, mirando de reojo el reloj del abuela, la chimenea o las fotos amarillentas sobre la balda. Pero esto, ay, cómo duele tener que decirlo, es sobre todo un sueño, una quimera.
Los datos no engañan y muestran que en Catalunya no estamos tan lejos de Japón. También la niebla oscura de la soledad, cada vez más espesa, se ha instalado entre nosotros. Alrededor del 35% de las personas de entre 20 y 40 años se sienten solas, y este sentimiento se incrementa con la edad hasta llegar a casi la mitad de las personas mayores. El sentimiento de soledad multiplica por cinco el riesgo de depresión, y esta aumenta 21 veces la posibilidad de suicidio. ¿Qué nos está pasando?
Hay evidencias científicas de que el individualismo ha crecido imparablemente en los últimos 150 años. Hablo de la tendencia psicosociológica de otorgar primacía a la persona respecto a la colectividad, facilitando la independencia de la gente pero al mismo tiempo debilitando los lazos familiares y comunitarios. Cuando no sabemos cómo se llaman nuestros vecinos que acabamos de saludar en el ascensor estamos viviendo de lleno la era del individualismo, al igual que cuando pasamos de largo al ver a una persona tendida en la calle porque “vete a saber qué problema tiene”. Ni siquiera la celebrada cultura mediterránea nos ha ahorrado esa pérdida.
La historia ha relacionado el individualismo con factores socioeconómicos. Desde 1860 las familias son cada vez más pequeñas, pasando de las familias extensas de hace dos siglos, fundamentalmente en entornos agrarios, a las pequeñas familias nucleares urbanas actuales. Esto ha conllevado menor interacción comunitaria y mayor aislamiento. Al mismo tiempo los trabajos liberales o de oficina (de cuello blanco) han sustituido a los trabajos colectivos, cooperativos, manuales, propios del campo y de la clase obrera (de cuello azul).
Los psicólogos estadounidenses Igor Grossman y Michael Varnum concluyeron en 2015 que el creciente individualismo social está asociado al auge de los trabajos de oficina y profesiones liberales. Lo que nos hace más individualistas es el trabajo contemporáneo, aunque tiene aspectos positivos como el crecimiento de la clase media y de la renta per cápita de la población. En Japón han creado un ministerio de la soledad, pero también en el Reino Unido existe una secretaría de estado de la soledad y en otros países occidentales, como en nuestro país, se están diseñando programas contra la extensión de la soledad.
El cohousing crea comunidades que comparten valores en viviendas individuales con espacios y servicios comunes para gozar de algunas etapas de la vida. Rompe de lleno con el modelo familiar tradicional que, en estos momentos, conduce frecuentemente a la soledad. Por eso hace falta valentía para afrontarlo y superar los miedos, porque las ganancias de crear nuevos lazos de cariño, espacios creativos y culturales y vivir rodeado de personas escogidas será mucho mayor que esperar la realización de un sueño que se desvanece.