Desde el último momento
1. Dejadez. Dice el presidente Sánchez, en respuesta a la prisión preventiva de Santos Cerdán: "El PSOE ha actuado de manera contundente desde el primer momento". Creo que, más bien, habría tenido que decir “desde el último momento”. El presidente y el partido han reaccionado cuando las facecias de Santos Cerdán se han hecho públicas a través de los informes de la UCO. Pero, hasta entonces, el ínclito hombre de confianza a quien Sánchez encargó la renovación del PSOE, convencido de que era lo mejor para ordenar la casa y para otras tareas de ingenio como la relación con el president Puigdemont, llevaba años haciendo de las suyas, sin que aparentemente el presidente hubiera sospechado nada. Mientras tanto, el protagonismo del personaje no hacía más que crecer, removiendo todas las salsas, las visibles y las subterráneas.
La "contundente" reacción contra Santos Cerdán ha sido, ciertamente, tardía. Y deja en mal lugar a Sánchez y su entorno. ¿Un personaje del que se van sabiendo tantas cosas en el terreno de la corrupción y del abuso de poder hizo y deshizo en los sótanos sin que ni el partido, ni el aparato de gobierno, ni el propio presidente sospecharan nunca nada? Todos somoos susceptibles de ser engañados, pero que, con los recursos que tienen los que mandan, ni la Moncloa ni el partido se movilizasen, ni Sánchez sospechara nunca que lo estaban engañando, es inquietante. En las muchas horas de conversación que debieron de tener, ¿nunca notó este impudor machista, esta manera de entender a las mujeres como objetos a su disposición, tema principal de las miserables conversaciones grabadas? ¿Tenemos que creer que Santos Cerdán era el hombre de dos caras?
Esta dejadez se ha convertido en el punto de convergencia de la inmensa mayoría de las reacciones a derecha e izquierda: aunque fuera verdad que no sabía nada, Pedro Sánchez debe dimitir y convocar elecciones, una exigencia vestida de moralidad política. El PP lo ha convertido en una canción coral, pero hay una convergencia de todos los rincones ideológicos que, en principio, parece de sentido común, pero que, de hecho, es el punto de confluencia cómodo de las críticas de todos: se legitima como un gesto moral y evita entrar en registros más complejos.
2. Persistencia. Y, sin embargo, de momento —y espero que dure el tiempo entre escribir y publicar ese papel—, Pedro Sánchez está haciendo lo contrario. No se va. Está aprovechando cada oportunidad que le pasa por delante para hacer lo que le ha dado reconocimiento durante sus mandatos: marcar un punto diferencial respecto a los tópicos dominantes, que están en manifiesto desplazamiento de radicalización hacia la derecha. Mientras que, con un espectáculo ridículo, el inefable Mark Rutte, secretario general de la OTAN, entrega sin ninguna resistencia la Unión Europea a las idas y venidas de Trump, Sánchez es el único que se atreve a plantarle cara. Desprecia su discurso que hace de la guerra la solución de todos los problemas, y señala a Netanyahu cuando parece que toca olvidar sus fechorías. Y mientras la derecha gira en torno a los tópicos más mezquinos —contra la inmigración, contra el feminismo, contra las políticas de integración y de asistencia social, y contra la pluralidad nacional—, él va haciendo camino, alimentando a conciencia una duda: ¿se va, como sería perfectamente coherente por el gran despiste que lo tiene atrapado, o sigue mirando al futuro? ¿Qué pasaría si la decisión final fuera convocar elecciones y volverse a presentar?
Se ha impuesto la idea de que estamos en la víspera de un cambio, y que solo es cuestión de calendario. El PP lo da por hecho. Las ideas en el cajón; todo son decantaciones paródicas de la perversidad de Sánchez, llevadas a extremos que dificultan ganar complicidades. ¿Qué esconde esta dinámica? ¿La práctica de la ley del mínimo esfuerzo o simplemente la debilidad de Feijóo? Cuando se ha abierto la opción de la alternancia, normalmente ha habido un proyecto político bien armado en la pista de lanzamiento (y así llegaron González y Aznar en sus momentos). Ahora solo hay chistes sobre Sánchez que, a base de repetición, dejan dudas sobre su eficiencia. Pasar del ruido a las ideas los pone en riesgo de hacer demasiado evidente la convergencia ideológica con Vox, que ahora marca el paso a la derecha. Y una parte del electorado —aquel que decanta las alternancias— podría cambiar de idea. La persistencia de Sánchez no es banal. De momento toma medidas, y siempre está a tiempo a renunciar, salvo, obviamente, la bomba que desconocemos si existe, pero que acabaría en seco con su resistencia.