El único argumento
Sé que los funerales son tristes por definición. Pero cuando la persona desaparecida ha vivido más de noventa años, ha tenido una vida plena y ha muerto acompañada de sus hijos y nietos, que la recuerdan con una sonrisa, un acto de despedida puede ser tierno y reconfortante.
El último funeral de este tipo que he vivido me ha devuelto al poema tan conocido de Jaime Gil de Biedma, que empieza diciendo Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde y que termina con estos versos acertadísimos: envidiar, morir, / es el único argumento de la obra.
El poeta escribió No volveré a ser joven en 1968, cuando tenía sólo... ¡treinta y nueve años! Imagino que lo hizo motivado por la impresión que debió de hacerle la proximidad del cambio de década. Me despierta cierta admiración de que, en un momento tan pletórico, ya hubiera adivinado cuál era el único argumento de la obra. Yo tardé todavía muchos años en verlo así. Pero junto a la admiración, este dato también me ha inspirado algo de compasión por Gil de Biedma. Creo que, aunque sea una verdad irrefutable la que señalan los dos últimos versos del poema, mejor que esta lucidez te llegue más adelante.
Desde los sesenta, todavía me resulta difícil aceptar que éste es el único argumento de esa obra –si tenemos suerte, mezcla de drama y de comedia– que vivimos. Quiero creer que en los años que me queden todavía me ofrecerán tramas diversas, que el argumento se irá enredando y diversificando, aunque sea para acabar llegando al puerto inevitable.
Vuelvo al poema: si los versos son buenos, el título aún lo es más. Seguramente esta certeza, No volveré a ser joven, es lo que más cuesta aceptar cuando te vas haciendo mayor. De la misma forma que las enfermedades más devastadoras son las que te obligan a admitir que ya no volverás a tener la salud de antes nunca más, ni podrás volver a hacer cosas que la salud de antes te permitía hacer.
La vejez, en cierto modo, es una enfermedad incurable, pero creo que puede ofrecer un consuelo. Decía Gil de Biedma Como todos los jóvenes / yo ven a quitarme la vida por delante y creo que si, cuando te llegue el momento de despedirte, piensas que, si no siempre, de vez en cuando has vivido así, puedes morir tranquilo.
Estos son los pensamientos que me hicieron sentir conformada en el funeral de una mujer que ya había cumplido los noventa, mientras sus nietos le agradecían haber sido una persona fundamental en sus vidas.
Al volver a casa después del funeral, escucho a los de Manel cantar: ¡Tú señalas el ábside románico de una catedral y sois jóvenes y fuertes! / ¡Y sienta la eternidad delante de usted!
La juventud debe vivirse así, pensando que lo durará siempre, sin ser demasiado conscientes de la fragilidad de la vida ni analizar cuál es el argumento de la obra. Pensemos en rosas y rosas, / simulamos que durará, que escribió Josep Carner. El argumento, chicos y chicas, lo irá haciendo a medida que va poniendo años. Es seguro que le pasarán cosas que irán modulando esta voluntad decidida de yo ven a quitarme la vida por delante; a veces la vida le pasará por encima. Pero si os es regalado de llegar a viejos, contarán más las cosas que ha hecho, la gente que ha amado, las conversaciones que ha tenido y los abrazos que ha recibido que todo lo que se ahorró, o no se atrevió a hacer, o dejaste pasar.