Universidades europeas: la conexión pendiente

Europa es hoy un espacio donde compartimos un mismo paraguas institucional y legislativo, donde pagamos con la misma moneda, dónde podemos viajar sin pasaporte y con una tarjeta sanitaria común y dónde, incluso, es posible llamar sin sobrecargas. En cambio, Europa es todavía hoy un espacio donde un laberinto burocrático y poco coordinado puede impedir a un estudiante complementar sus estudios con una estancia en el extranjero, a una investigadora buscar nuevas oportunidades profesionales a escala local, estatal o europea, o en varias universidades crear conjuntamente un programa académico transfronterizo. En todos estos casos, el obstáculo es el mismo: la carencia de interoperabilidad real en el sistema europeo de educación superior. Este absurdo pone a prueba no sólo las más sofisticadas capacidades digitales, sino la más básica de las virtudes: la paciencia.

La interoperabilidad en la educación superior europea es más difícil de pronunciar que de entender. Hace referencia a la capacidad de sistemas, de territorios, de instituciones y, en definitiva, de la ciudadanía del Viejo Continente para colaborar eficazmente a nivel universitario. compartidas, donde el conocimiento –reconocido hoy como la quinta libertad, junto a la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales– se revela como base de nuestra identidad y fundamento de nuestra riqueza.

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El proceso no es nuevo y cuenta ya con una trayectoria previa. La incipiente interoperabilidad universitaria arrancó formalmente en 1999 con el proceso de Bolonia que cristalizó en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Hoy, 48 países han avanzado en la armonización a través de sistemas de medida y garantía de la calidad, la transferencia de aprendizajes, el reconocimiento mutuo de titulaciones y el impulso a la movilidad de estudiantes y profesores. Nada ha hecho más para la conciencia europea en las nuevas generaciones que el programa Erasmus+. Desde su creación en 1987 y pese a las dificultades burocráticas y las desigualdades persistentes, su apuesta por la libre circulación académica ha beneficiado a más de 15 millones de personas. Sin embargo, los resultados de la última encuesta de satisfacción promovida por la Asociación Europea de Universidades recomiendan vivamente un enfoque sistemático para la simplificación y mejora de la calidad.

Hoy en día tenemos otras iniciativas menos conocidas por el gran público pero participante del mismo esfuerzo, como el European Digital Education Hub (EDEH), para impulsar la innovación educativa digital y la creación de un marco europeo de interoperabilidad, y las European Universities Alliances, para desarrollar proyectos conjuntos agrupando a más de quinientas universidades de todo el continente y prácticamente la mitad. Todo puesto al servicio de una misma quimera: disponer de un lenguaje académico común para permitir, entre otros, hablar de grados europeos y expedientes académicos únicos.

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Sin embargo, avanzar todavía no quiere decir ni mucho menos completar. Hoy, las demandas de interoperabilidad deben hacer frente a un escenario de necesidades y oportunidades mucho más complejo y urgente, marcado por la imperiosa exigencia de ofrecer formación a lo largo de su vida. Complejo, porque necesitamos facilitar itinerarios formativos ya no lineales, sino discontinuados y multidisciplinares para colectivos de muy diversos perfiles ya la vez contribuir a la movilización de un talento investigador que debe sumar esfuerzos para hacer frente a las grandes misiones europeas. Y urgente, porque la competitividad necesita conjugar el capital financiero o industrial con la capacidad de las personas y las organizaciones de conjurarse para adaptarse e innovar, tal y como recoge el reciente posicionamiento de la Comisión Europea bajo el lema "The union of skills".

Por eso la llamada también interpela al sistema universitario catalán, que puede –y debe– contribuir decisivamente a este objetivo europeo. ¿Cómo? Con su compromiso resiliente e histórico con la educación pública, con la potencia de su talento investigador reconocido en todas partes, con su participación activa y su liderazgo en alianzas universitarias europeas y con la voluntad manifiesta de participar en el debate educativo. Cuanto más trabajemos, reivindiquemos e incidimos para hacer interoperables nuestros sistemas, más fácil será garantizar la diversidad y la inclusión en una educación superior de calidad. Ser más competitivos debe significar, necesariamente, ser también más justos y equitativos. En este sentido, la alianza OpenEU, liderada por la UOC en complicidad con el resto de universidades online europeas, nos muestra cómo aprovechar las buenas oportunidades para empujar a Europa hacia una realidad en la que estudiantes, investigadores e instituciones puedan ampliar horizontes con los mínimos obstáculos y las máximas potencialidades. ¡Vamos!