¿Vacunaciones obligatorias?

Se veía venir. Hace apenas un año debatí con Josep Lluís Martí en este diario sobre la conveniencia de poner barreras de burocracia sanitaria al acceso de personas a todo tipo de lugares cerrados e incluso a países. Él, con buenos argumentos, estaba más a favor, y yo era mucho más reacio. En ese momento no había ninguna vacuna.

Ahora el panorama ha cambiado, gracias a la existencia de vacunas muy eficaces y verdaderamente seguras, a pesar de las dudas razonables que había: se han puesto aproximadamente 5.000 millones de dosis en todo el mundo y solo en un número increíblemente marginal de casos ha habido problemas. Los negacionistas se han quedado, con estas cifras, sin argumentos. Además, parece que las vacunas de ARN mensajero pueden abrir un mundo diferente en la medicina en la lucha contra el VIH, la malaria y algunos tipos de cáncer. Tal vez podemos aspirar con estas vacunas a un mundo menos miedoso que no tenga que preocuparse por enfermedades que actualmente nos aterran. Es decir, un mundo más libre.

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Cualquier gobernante quiere que esta pandemia acabe, no solo para salvar vidas sino también para recuperar la economía restaurando los antiguos hábitos de consumo y huir del riesgo del colapso de los hospitales. Y por eso se están planteando –algunos ya lo han decidido– exigir la vacunación para acceder a lugares, para viajar y también para poder ser contratados laboralmente. Tratan de incentivar así la vacunación para que todo el mundo esté tranquilo de que la enfermedad que se sufrirá no será grave, y de que el número de ingresos hospitalarios no será elevado.

¿Hasta qué punto esta operación es jurídicamente viable en términos de la libertad propia de una democracia? Justo es decir que los tribunales españoles ya están excluyendo en parte esta opción, que en cambio es válida en otros estados. Se pone encima de la mesa la libertad de someterse a un tratamiento médico, que siempre tiene que ser voluntario, y es así. Aun así, Markus Söder, presidente de Baviera, lo ha planteado de otro modo muy inteligente: ¿dónde queda la libertad de los vacunados si los que no se quieren vacunar son tantos que no es posible recuperar la normalidad con el fin de las restricciones? Finalmente, en el Reino Unido el gobierno ha optado por otro camino: una vez hay un 70% de vacunados y curados, se levantan las medidas... Y ya veremos. Ya llevan un mes así. Hay que esperar a otoño.

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Durante meses me he quejado de algunas restricciones porque eran ineficientes –el confinamiento radical y la mascarilla indiscriminada en exteriores– y de una caótica gestión de las prohibiciones que ha perjudicado innecesariamente a muchos comerciantes. Ahora el pasaporte covid también me provoca suspicacias. Me da un miedo inmenso que en el futuro se pueda aplicar algo parecido a otras muchas enfermedades, también genéticas, que se consideren puntualmente peligrosas en algunos lugares. La libertad de circulación es básica para la libertad general de la humanidad, y si se extiende la desconfianza por los enfermos y cada país empieza a cerrar fronteras, y, además, vulnera la intimidad de las personas, cada vez seremos más desconfiados de nuestros vecinos porque nos conoceremos menos. Ya ha pasado otras veces: el cierre de la Unión Soviética nos llevó al borde de una guerra nuclear. Está pasando: la persecución de los inmigrantes ha desatado el racismo. Me da miedo que en el futuro se normalice que la frontera vuelva a ser una muralla con excusas sanitarias discutibles. Y que restaurantes o puestos de trabajo también tengan murallas en forma de pasaportes covid, que, además, ni son tan sencillas de controlar ni previenen los contagios. Es muy peligroso generalizar las barreras sanitarias por todas partes, además con una arbitrariedad imprevisible en cada país.

De hecho, si se quiere incentivar la vacunación, no hace falta una restricción como el pasaporte sanitario para acceder a la restauración. Queda por convencer aproximadamente a un 30%-40% de la población de los países económicamente líderes, y enviar vacunas masivamente a los que no lo son, es importante no olvidarlo. La eficacia de las vacunas es sumamente apabullante y los peligros del virus pueden ser aleatorios, pero obvios a la vez. Solo hace falta un poco más de paciencia y persuasión de los gobernantes, y que informen muy bien de los dos datos. La radicalidad de las órdenes siempre es más cómoda para quien gobierna, pero saber explicarse es esencial en democracia. Hay que intentarlo, al menos. No se engañen, no se ha hecho en España ni en otros lugares. Se ha jugado muchísimo con una herramienta muy peligrosa: el miedo. Hay que desarrollar una campaña de comunicación tan ambiciosa y eficiente como lo está siendo la de la vacunación. Es mucho más fácil y solo hay que querer hacerlo.