Cada verano, 'volunturismo' y racismo

Ha vuelto a pasar. Cada verano lo mismo. En época de vacaciones vuelve el fenómeno del volunturismo. El término, acuñado hace relativamente poco, ha puesto nombre a una práctica escalofriantemente racista: denominamos así aquellos viajes turísticos que suelen durar pocas semanas y que incluyen voluntariados de diferentes tipos, principalmente a países del sur global. Esta práctica está estrechamente vinculada a un fenómeno mucho más estudiado (y quizás conocido): el síndrome del salvador blanco, una herencia de la época colonial basada en la idea de que solo la ayuda occidental puede salvar a los países pobres de la miseria.

El del turismo del voluntariado es un sector que mueve mucho dinero y donde se ha denunciado que se realizan prácticas ilegales. Un ejemplo: la proliferación de orfanatos en países del sur global, donde se ha constatado el secuestro o uso de menores que realmente no son huérfanos –en muchos casos pagando a familias pobres para que cedan sus niños a cambio de dinero–. Los niños se hacen pasar por huérfanos porque los turistas puedan cuidarlos durante sus estancias al orfanato en cuestión. 

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Este verano, la polémica ha estallado después de que el periodista deportivo Juanma Castaño publicara fotos, junto con su pareja, en Tanzania con un grupo de menores. Son fotos que se repiten demasiado a menudo en este tipo de viajes y que suponen un acto de romantización de la pobreza y una vulneración de los derechos de los menores de un racismo abrumador, porque deshumaniza a las personas fotografiadas, que se convierten en un mero medio para mostrar la propia solidaridad. ¿A que sería impensable que esto pasara a la inversa, que turistas se fotografiaran con menores en países del Norte global?

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Juanma Castaño no permitiría que sus hijos fueran objeto de un trato similar, pero en Tanzania sí que se ve con el derecho a hacerlo, porque en el fondo, desde su perspectiva (consciente o no consciente, pero es responsable de ello), aquellas personas no tienen los mismos derechos que sus hijos. 

Lo más grave de todo es que el caso de Castaño no es el primero ni el último. Hace un par de años, la influencer Dulceida también fue objeto de críticas por un caso parecido. La práctica está tan extendida (y de una manera tan perversa) que existe una cuenta en Instagram denominada Humanitarians of Tinder que recopila las fotos de este tipo que la gente incluye en su perfil de Tinder: una buena compilación de estereotipos racistas que perpetúan la idea de jerarquía y de inferioridad de las personas racializadas (la gran mayoría africanas), que necesitan ser salvadas por las personas blancas. 

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No se trata de prohibir viajar a nadie, sino de concienciarnos de que nuestras acciones tienen consecuencias y que, por lo tanto, somos responsables de ellas. Tenemos que aprender a evaluar nuestros actos desde una perspectiva crítica, interseccional y de respeto a los derechos humanos con el objetivo de que nuestra movilidad no contribuya a generar más perjuicio que beneficio y no perpetúe estructuras racistas, machistas y discriminatorias, dejando de ponernos en el centro de la mirada y teniendo en cuenta las necesidades reales de las comunidades locales y el respeto al medio ambiente. 

Y si no lo puedes hacer, mejor que te quedes en casa.